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Fotografía: María Iruela |
Le gustaba contemplar su reflejo en el agua, parecía que se miraba en un espejo. Tan perfecto, tan claro.
Una mañana Olivia
fue hasta el lago, como era costumbre. Sumida en sus pensamientos caminaba hacía
las profundidades de él. Una vez más, se incorporó hacia delante y miró al
agua. Algo había cambiado. Su reflejo, ya no estaba ahí, había desaparecido.
-
Oliviaaa- susurró una dulce voz que se
perdía con el sonido del agua. Hasta en tres ocasiones esa voz la llamó.
Parecía que provenía de debajo del agua. Desconcertada Olivia agachó la cabeza
hasta que su nariz rozó las olas. Sin duda alguna el sonido provenía de allí
abajo. Cuando Olivia fijó la vista en el agua vio que su reflejo volvía a estar
allí, frente a ella. En unas fracciones de segundo la cara que había reflejada
salió a la superficie. No se trataba de su reflejo, se trataba de una chica con
su misma cara. Esta chica levanto su brazo y agarró a Olivia por el cuello,
pero su mano le traspaso. No podía agarrarla. No podía matar a alguien que ya
estaba muerto, pues hacía años que siguiendo el sonido de las olas se había
ahogado en las profundidades del agitado lago. La locura le había hecho
escuchar voces y ver rostros inexistentes abalanzarse sobre ella. Como un alma
en pena estaba condenada a revivir todos los días, el día de su muerte, tal y
como ella había creído vivirlo.