Como cada noche desde que era pequeña me tumbé en mi cama,
junto a una gran cristalera que dejaba a la vista el brillante cielo lleno de
estrellas. Mi primer recuerdo era en aquel mismo lugar, no recuerdo la edad que
tendría, sin embargo recuerdo perfectamente haberme pasado toda la noche
mirando la plateada luna que iluminaba el cielo. Recuerdo como mi abuela entró
en la habitación y me vio allí, observando fascinada la luna. “Mi pequeña” dijo
mientras me tomaba en sus brazos. Yo la miré e inmediatamente volví a posar mis
ojos sobre la luna. Recuerdo que me tumbó en la cama y me arropó.

Cuando yo era pequeña
mi madre solía contarme una historia, que puedo garantizarte que era totalmente
real, aunque muchos no se lo crean. Hacía muchos, pero que muchos años vivía
una muchacha en una casa con un precioso torreón recubierto de hiedra y flores
moradas que subían por él. Sin embargo, lo que más llamaba la atención de
aquella casa no era lo preciosa que era, si no la joven que allí dentro vivía;
sus padres tenían piel morena, ojos oscuros y el pelo negro, sin embargo, ella
tenía el cabello claro, la piel color aceituna y los ojos plateados como la
luna. La gente murmuraba sobre ella, porque era diferente, decían que era un
ser sobre natural; algunos la tenían miedo, otros admiraban fascinados su
belleza. Avergonzados por su aspecto tan diferente, sus padres solo la dejaban
pasear por las noches cuando nadie podía verla. Ella se sentía triste y sola,
pues no entendía por qué no podía pasear a una hora normal, y no entendía por
qué la veían tan diferente. Noche tras noche salía y daba un largo paseo; se
mojaba los pies en el agua gélida del río, se aprendía el nombre de las flores
y los árboles que la rodeaban, y lo que más le gustaba, iba a ver a las
luciérnagas que se escondían bajo las hojas del enorme sauce. Una de esas
veces, cuando se hallaba bajo el sauce vio entre las ramas unos enormes ojos
que la observaban fascinado. Cuando ella se levantó y fue a hablar con el
joven, el muchacho huyó, temeroso de que fuera tan peligrosa como decían en el
pueblo. Pasaron unas semanas y no le volvió a ver, hasta que un día le encontró
bajo las ramas del sauce observando las luciérnagas y esperando la llegada de
la joven. Los meses fueron pasando y todo iba bien, hasta que la madre de la
joven descubrió que se había enamorado de un muchacho del pueblo. Ésta, que
también pensaba que su hija era una especie de hechicera, o un ser venido de
otro mundo (ya que no encontraba otra explicación a que fuera tan diferente a
ellos) obligó a la joven a deshacerse
del muchacho, y a no volver a hablar jamás con nadie. Ésta, con una gran
tristeza obedeció; le encomendó a su amado una difícil tarea, imposible, le
pidió la luna, y le juro que si se la traía, huirían de aquel lugar. Él sabía
que era algo muy difícil, pero nunca pensó que fuera imposible. Pasaron años y
años, la vida en el pueblo fue cambiando para todos, excepto para la joven, que
seguía tan apartada del mundo como lo había estado siempre. Una noche, salió a
pasear, y sus pasos la condujeron hasta el viejo sauce. Hacía tantos años que
no pisaba aquel lugar, que en un primer momento pensó que lo que había ante
ella era un fantasmagórico recuerdo, pero no tardó en darse cuenta de que la
persona que se hallaba frente a ella era real, tan real como ella misma. El
joven había regresado, después de tantos años; No dijo nada, tan solo se
incorporó, y retiró su capa para dejar al descubierto una pequeña figura
plateada que irradiaba luz. La chica, incrédula miró al cielo y vio que la luna
no estaba por ninguna parte, ¿cómo no se había dado cuenta antes? Tomó la luna
de entre las manos del joven y la dejó
en el cielo como quien posa un delicado jarrón sobre una encimera.
Mi madre solía decirme que las noches que la luna no está es
porque aquella misteriosa joven alarga el brazo y la coge del cielo para
recordarnos a todos que no hay nada imposible, al fin y al cabo, todos conocen
ya su historia.