La estación estaba
bastante abarrotada pese a lo tarde que era. El último tren partiría a las doce
de la noche, y para ello aún quedaban unos minutos.
Marco
observó a todas aquellas personas que subían en los vagones, él caminó para
adentrarse en el último, que solía estar más vacío, y al entrar se sentó junto
a la ventanilla. Le extraño mucho que a aquellas horas ese tren fuera tan
lleno, no era lo habitual, es más, en hora punta siempre solía ir medio vacío.
En la estación resonó el gran reloj que marcaba la media noche, y junto con la
última campanada el tren se puso en marcha. Salió de la estación y poco a poco
fue dejando las luces de la ciudad atrás. Marco estaba cansado, había tenido un
día agotador, así que decidió cerrar los ojos y apoyar la cabeza en el cristal,
pasó unos minutos así, pero el temblar del cristal le obligó a abrir los ojos y
separarse de este. Miró a través de la oscura ventanilla y pudo ver como los
rayos iluminaban el cielo y los árboles de la sierra en la que se habían
adentrado. En aquel momento algo llamó la atención del chico. El silencio, un
silencio estremecedor. Marco miró a su alrededor y vio que estaba solo en el vagón,
lo cual le extrañó mucho, en especial, porque el tren no había efectuado
ninguna parada.
En aquel
momento el tren frenó en seco y la luz se apagó de golpe. Aquello debía de
haber sido a causa de la tormenta, pues era muy fuerte y la tenían encima.
Mientras los rayos no caían, el tren se encontraba en la más absoluta
oscuridad, por lo que el chico no podía ver nada. Se estremeció, cuando a su
lado sintió una respiración acelerada; asustado, se giró para mirar quien había
a su lado, y con la luz de uno de los rayos pudo ver el rostro de una mujer de
ojos claros que le observaba con una mirada inquietante. En aquel momento, y
con el resonar del trueno, las luces se encendieron y el tren volvió a ponerse
en marcha. A su lado, no había nadie. Ahora era él el que tenía la respiración
agitada. Estaba seguro de lo que había visto, y no podía entender como se había
desvanecido tan rápidamente, ¿se trataría de un fantasma?
Por la
megafonía del tren una voz pidió disculpas y explico que la tormenta estaba
dificultando el trayecto, explicando que era posible que esta situación
volviera a repetirse. Marco miró en todas direcciones esperando ver a alguien,
alguna de las personas que habían subido con él al tren o con la esperanza de
encontrar aquel fino y delicado rostro que se había iluminado con la luz de los
rayos.
Pasó el
resto del viaje inquieto, con una extraña sensación, y asustado por el profundo
silencio que inundaba el lugar. Tras una hora, llegó a su destino. El tren
frenó y el chico se bajó en lo que era el final del trayecto, y su parada.
Nadie más bajo del tren, sin embargo, sentada en uno de los bancos vio aquel
rostro nuevamente. Era una chica, joven y menuda, tenía la mirada perdida y sus
claros ojos brillaban bajo la tenue luz de las farolas. Al segundo siguiente
aquella imagen desapareció, y ya no había nadie sentado en aquel banco. Marco notó como alguien le
agarraba del brazo. Aquella mano le abraso la piel; el chico se giró y vio nuevamente
aquellos ojos claros, que en cuestión de segundos volvieron a desvanecerse. El
no creía en historias de fantasmas, asique decidió convencerse de que lo que
había visto no era real y habría sido fruto del cansancio acumulado, sin
embargo, en la blanca piel del chico una marca roja con forma de mano se había quedado
dibujada en su piel…
Sobresaltado
se despertó, no se había dado cuenta y se había quedado dormido en el tren. Ya
casi había llegado a su destino. Miró a su alrededor y comprobó como el vagón
iba lleno de gente, y como la tormenta seguía fuera. Recordó el sueño, le había
parecido tan real… enseguida se miró el brazo, pero no tenía ninguna marca. Se
desperezó y se levantó del asiento para salir a la estación. El tren se quedó
totalmente vacío. Una vez abajo permaneció unos segundos clavado en el suelo,
entre la multitud vio a aquella chica de ojos claros que le observaba fríamente.
Marco se estremeció.