domingo, 8 de octubre de 2017

VIAJE BAJO LA TORMENTA

La estación estaba bastante abarrotada pese a lo tarde que era. El último tren partiría a las doce de la noche, y para ello aún quedaban unos minutos.
Marco observó a todas aquellas personas que subían en los vagones, él caminó para adentrarse en el último, que solía estar más vacío, y al entrar se sentó junto a la ventanilla. Le extraño mucho que a aquellas horas ese tren fuera tan lleno, no era lo habitual, es más, en hora punta siempre solía ir medio vacío. En la estación resonó el gran reloj que marcaba la media noche, y junto con la última campanada el tren se puso en marcha. Salió de la estación y poco a poco fue dejando las luces de la ciudad atrás. Marco estaba cansado, había tenido un día agotador, así que decidió cerrar los ojos y apoyar la cabeza en el cristal, pasó unos minutos así, pero el temblar del cristal le obligó a abrir los ojos y separarse de este. Miró a través de la oscura ventanilla y pudo ver como los rayos iluminaban el cielo y los árboles de la sierra en la que se habían adentrado. En aquel momento algo llamó la atención del chico. El silencio, un silencio estremecedor. Marco miró a su alrededor y vio que estaba solo en el vagón, lo cual le extrañó mucho, en especial, porque el tren no había efectuado ninguna parada.
En aquel momento el tren frenó en seco y la luz se apagó de golpe. Aquello debía de haber sido a causa de la tormenta, pues era muy fuerte y la tenían encima. Mientras los rayos no caían, el tren se encontraba en la más absoluta oscuridad, por lo que el chico no podía ver nada. Se estremeció, cuando a su lado sintió una respiración acelerada; asustado, se giró para mirar quien había a su lado, y con la luz de uno de los rayos pudo ver el rostro de una mujer de ojos claros que le observaba con una mirada inquietante. En aquel momento, y con el resonar del trueno, las luces se encendieron y el tren volvió a ponerse en marcha. A su lado, no había nadie. Ahora era él el que tenía la respiración agitada. Estaba seguro de lo que había visto, y no podía entender como se había desvanecido tan rápidamente, ¿se trataría de un fantasma?
Por la megafonía del tren una voz pidió disculpas y explico que la tormenta estaba dificultando el trayecto, explicando que era posible que esta situación volviera a repetirse. Marco miró en todas direcciones esperando ver a alguien, alguna de las personas que habían subido con él al tren o con la esperanza de encontrar aquel fino y delicado rostro que se había iluminado con la luz de los rayos.  
Pasó el resto del viaje inquieto, con una extraña sensación, y asustado por el profundo silencio que inundaba el lugar. Tras una hora, llegó a su destino. El tren frenó y el chico se bajó en lo que era el final del trayecto, y su parada. Nadie más bajo del tren, sin embargo, sentada en uno de los bancos vio aquel rostro nuevamente. Era una chica, joven y menuda, tenía la mirada perdida y sus claros ojos brillaban bajo la tenue luz de las farolas. Al segundo siguiente aquella imagen desapareció, y ya no había nadie sentado en  aquel banco. Marco notó como alguien le agarraba del brazo. Aquella mano le abraso la piel; el chico se giró y vio nuevamente aquellos ojos claros, que en cuestión de segundos volvieron a desvanecerse. El no creía en historias de fantasmas, asique decidió convencerse de que lo que había visto no era real y habría sido fruto del cansancio acumulado, sin embargo, en la blanca piel del chico una marca roja con forma de mano se había quedado dibujada en su piel…

Sobresaltado se despertó, no se había dado cuenta y se había quedado dormido en el tren. Ya casi había llegado a su destino. Miró a su alrededor y comprobó como el vagón iba lleno de gente, y como la tormenta seguía fuera. Recordó el sueño, le había parecido tan real… enseguida se miró el brazo, pero no tenía ninguna marca. Se desperezó y se levantó del asiento para salir a la estación. El tren se quedó totalmente vacío. Una vez abajo permaneció unos segundos clavado en el suelo, entre la multitud vio a aquella chica de ojos claros que le observaba fríamente. Marco se estremeció.