“-¿Qué es?- preguntó
Victoria mirando a su abuela con una amplia sonrisa.
-Ábrelo y lo
sabrás- contesto la anciana mujer.
-Pero
abuela, si no es mi cumpleaños, no deberías haberme comprado nada- dijo la
joven mientras desenvolvía cuidadosamente el regalo.
-Sí, lo sé,
lo sé, pero lo vi y me acordé de ti. Pensé que te gustaría tenerla. Era mía-.
Dijo la anciana sonriendo a su nieta, la cual tenía entre sus manos una antigua
cámara de fotos que observaba con fascinación. Victoria se levantó del asiento
y enseguida fue a abrazar a su abuela.”
Desde aquel
instante, Victoria no se separó del regalo que su abuela le había hecho. Tomó
numerosas fotografías durante aquellos meses, y como se trataba de una cámara
antigua, aprendió a revelar dichas imágenes en una oscura y pequeña salita de
la gran casa en la que vivía. Una noche de invierno, los copos empezaron a caer
a gran velocidad sobre la pequeña ciudad en la que vivía Victoria junto con su
familia. La luz de las farolas no era muy fuerte, pero si lo suficiente para
que la chica tomara unas cuantas fotografías de aquella bonita estampa tan
típica del invierno. Salió de su casa con paso firme, bajo sus pies ya se había
formado una gruesa capa de nieve. Caminó por las vacías calles y tomó tantas
fotos, que enseguida terminó el carrete. Como ya no tenía más posibilidades y
el frio se le había metido en el cuerpo, decidió regresar a su casa. Tardó algo
más de veinte minutos en llegar, y cuando lo hizo, comprobó como toda su
familia se había marchado ya a dormir. Consultó el reloj y no se extrañó de la
decisión de sus padres y su abuela, ya que eran las tres y media de la mañana.
¿Cómo podía no haber sido consciente de la hora?
Subió hasta
su habitación y dejó la cámara sobre el escritorio, se puso el pijama y se fue
a dormir. Dieron las cuatro de la mañana, las cuatro y media, y hasta las
cinco, y Victoria seguía sin conciliar el sueño. Se levantó y miró por la
ventana. Fuera aún seguía nevando con fuerza, aunque no era de extrañar, casi
todos los inviernos sucedía lo mismo. Se
paseó por la habitación intentando conciliar el sueño, pero no hubo suerte.
Entonces reparó en la cámara que había dejado sobre el escritorio, la garró y
atravesó su habitación hasta abrir una pequeña puerta a la que solo ella tenía
acceso. Ahí revelaba sus fotos. Sin duda, si sus padres la hubieran visto a
aquellas horas de la madrugada revelando fotos en lugar de dormir, la habrían
echado una buena reprimenda. Se metió en el pequeño cuartito y comenzó
revelando los negativos; después fue pasando las fotos por la ampliadora y dejó
que se secaran. En aquel momento el sueño se estaba apoderando de ella cada vez
más, lo que la llevo a dejar las fotos secando en el pequeño cuarto, mientras
ella se tumbaba en la cama para dormir algo.
A la mañana
siguiente se levantó bastante tarde.
-Hola
cariño, te he traído un chocolate caliente- dijo su abuela mientras entraba
lentamente en la habitación de Victoria.
-Gracias
abuela- dijo la chica dándole un beso en la mejilla a la anciana mujer.
-No te oí llegar
anoche, ¿hiciste muchas fotos?- dijo la viejecita observando a su nieta por
encima de las gruesas gafas.
-Llené el
carrete entero. No se lo digas a mis padres, pero ya las he revelado. ¿Quieres
verlas?, aún no he tenido tiempo de verlas despacio, me quedé dormida…- dijo
Victoria después de dar un largo trago del chocolate caliente.
Ambas se
levantaron de la cama y cruzaron la habitación hasta el pequeño cuarto donde
Victoria tenía las fotografías. Comenzó a recogerlas y juntarlas, pero su
rostro cambió de repente. Nerviosa comenzó a mirarlas. Había captado algo que
no debía estar allí.
-¿Hay algún
problema querida?- preguntó su abuela. La joven levantó la vista y clavó la
mirada en su abuela. Había un gran problema. En todas las fotos salía una figura,
en unas estaba más definida que en otras. Llevaba un vestido largo, y la melena
recogida en una trenza, Victoria no podía creerse lo que veía. Reconocería
aquella figura y aquel rostro en cualquier lugar, era su abuela.
-No puede
ser- dijo la chica por lo bajo al tiempo que se tapaba la boca.
Victoria no
entendía nada.
-¿Por qué
crees que no puede ser?- dijo la anciana tomando las fotografías entre sus
manos.
-Abuela,
sales aquí, y aquí también, y en todas las fotos que hice anoche, ¿Cómo puede
ser posible, ni siquiera estabas conmigo?-. La anciana sonrió a su nieta y le
dio un beso en la frente.
-Cariño,
siempre estoy contigo aunque no me veas-.