martes, 7 de febrero de 2017

LA BOLA DE CRISTAL

·   Victoria era una mujer alta, esbelta; de marcadas facciones, y con un carácter huraño, que siempre vestía de negro. Le gustaba estar sola, y no le resultaba agradable el trato con otras personas; sin embargo, se vio obligada a acoger a sus tres sobrinos. Vivía en una gran mansión de Gales, tan oscura como polvorienta, en un lugar apartado de todo, y donde reinaba el silencio.  
La mujer había prohibido a sus sobrinos acercarse a la gran biblioteca que había en la casa, aparte de otras muchas habitaciones; también les había prohibido correr por los pasillos, hablar en un tono elevado o entrar a la cocina. No podían tocar nada, y no debían hablar con nadie que no fuera alguno de los sirvientes que merodeaba por la casa. Si no estaban sentados en la mesa a la hora exacta de comer, se quedarían sin probar bocado hasta la siguiente comida. Era, sin duda, una mujer arisca, exigente, y amargada.
En aquel momento, los tres hermanos, Alma, Agatha y Alexander sorbían la sopa con sumo cuidado para no hacer ningún ruido, y no molestar a su tía, como ya había sucedido en otras ocasiones. Los muchachos intercambiaban miradas, era evidente que se sentían incómodos. Desde el otro extremo de la larga mesa, Victoria les observaba con el mismo gesto de siempre; tenía la nariz arrugada y el ceño fruncido. Tomaba la sopa sin apartar la vista de sus sobrinos, y sin encorvarse en ningún momento, estaba tan recta como un palo. Después de la ardiente sopa, tomaron pollo, y su tía les castigó sin postre por haber tirado sin querer un pequeño trozo de pan al suelo, y haberse echado a reír.
Los hermanos se levantaron y salieron del decorado comedor. Fuera, la lluvia mojaba los amplios prados, y dentro no podían jugar a nada, ya que lo tenían terminantemente prohibido, así que vagaron por la casa como almas en pena. La pequeña de los hermanos, Alma, que tenía tan solo cinco años, paseaba por delante de las habitaciones a las que tenía prohibido entrar. Lo cierto es que no sabía que no podía entrar a ninguna de ellas, todas las puertas eran iguales, y la pequeña solía desorientarse con facilidad. Pasó por delante de una puerta que estaba entreabierta, asomó la cabeza y vio una gran biblioteca repleta de estantes de madera, y libros en mal estado. Sin darse cuenta, y guiada por aquel misterioso lugar, entró y recorrió el lugar. Una estantería brillante, pues parecía estar bañada en oro, llamó su atención. La pequeña fue corriendo hasta ella para observarla de cerca. Allí, no solo había libros, sino que también había cartas amontonadas, alguna foto de familia, y un delicado collar de perlas blancas. A Alma el collar le fascinó. Le parecía la cosa más bonita del mundo. Quiso cogerlo, pero el colgante no se movió de allí. Al tirar de él, Alma descubrió algo, descubrió una puerta secreta. El colgante había servid como botón para lograr que la estantería se desplazara, dejando un hueco en la pared que daba a una oscura sala.
Alma salió de allí en busca de sus hermanos. Corrió por los pasillos emocionada, y olvidándose de las normas que la tía Victoria había impuesto. Primero se topó con Agatha, la muchacha de quince años era realmente parecida a su tía. Su pelo también era oscuro y largo, y sus ojos tenían el mismo tono esmeralda. A diferencia de su tía Victoria, Agatha tenía las mejillas rosadas y una simpática sonrisa se dibujaba siempre en su rostro.
-¡Agatha! ¡Agatha!, tienes que venir a ver esto- dijo la pequeña Alma.
-Shhh van a regañarnos- dijo Agatha para que su hermana bajara la voz. La chica se arrodillo y miró a su hermanita. -¿Qué es lo que has visto?- dijo en un susurro.
-Ahora lo veras, vamos a buscar a Alexander- dijo agarrando de la mano a su hermana mayor. Las chicas atravesaron la laberíntica mansión, hasta dar con el chico, que era el mayor de los tres. Estaba sentado en el suelo jugando a las cartas cuando sus hermanas le encontraron.
La pequeña Alma les guio hasta la biblioteca, y les enseñó lo que había descubierto. Alexander y Agatha intercambiaron una mirada, ambos sabían que no debían estar allí, y que si su tía se enteraba les impondría un gran castigo. Incumplieron las normas, y  cruzaron por aquel hueco que había en la pared. Dentro no había ventanas, y la sala era muy pequeña y cargada de humedad. El hueco que se hallaba tras ellos se cerró dejándoles en la oscuridad. Por suerte, antes de que todo quedara en tinieblas, Agatha había cogido una vela y unas cerillas que había en una pequeña mesita al lado de la entrada, y la había encendido.
Bajo la tenue luz, los hermanos vieron que en el centro de aquella fría habitación había algo. Se trataba de una bola de cristal. Extrañados, los chicos se miraron. Como Agatha estaba sujetando la vela, y Alma era muy pequeña, y por lo tanto no llegaba, fue Alexander quien cogió la bola.  Pesaba más de lo que parecía. El joven la observó, esperando descubrir por qué era tan especial, pero no vio nada inusual. La dejó en su sitio.
-Vámonos, aquí no hay nada que ver- dijo el chico. Su hermana Agatha le agarró por el hombro y le detuvo. Dentro de aquella bola, un humo de tonos azules y negros comenzó a tomar forma. El chico se giró sorprendido, cogió a su hermana pequeña en brazos, y los tres observaron con fascinación las imágenes que se iban formando dentro de aquel curioso artilugio. La primera imagen era de una chica morena, parecía idéntica a Agatha, incluso tenían la misma sonrisa; conforme la escena iba avanzando, vieron que se trataba de su tía. En la siguiente imagen, estaba ella, su tía de joven, sentada en uno de los prados verdes que rodeaba la casa. No estaba sola, sino que un joven la acompañaba. Ambos reían y se miraban con ternura, sin duda, estaban enamorados. La siguiente imagen aparecía su tía Victoria. Estaba a un lado de la ancha calle, y observaba con una sonrisa radiante a aquel joven, que se hallaba al otro lado. El chico se disponía a cruzar, cuando un carruaje tirado por caballos descontrolados le arrolló.  La siguiente imagen era de su tía, estaba tumbada frente a una tumba y lloraba desconsoladamente, al fondo, los tres chicos reconocieron una cara que sonreía con malicia, era su madre, la hermana de su tía Victoria. De repente, todas las imágenes se desvanecieron dentro de la bola de cristal, y de las sombras, surgió una figura. Su tía Victoria había permanecido allí oculta todo el tiempo, y no la habían visto. La mujer avanzó con paso lento, pero firme. La luz de la linterna iluminaba sus ojos llorosos y cargados de furia. Habló para regañar fuertemente a sus sobrinos, pero en vez de eso, se derrumbó, y comenzó a llorar desconsoladamente.  Sin pensarlo, y guiados por un impulso, los tres niños se agacharon para abrazar a su tía, que aún seguía rota por dentro, pues las desgracias se habían sucedido continuamente en su vida desde aquel día.

Pasaron los días, y la mujer se mantenía más distante aún con sus sobrinos, pero con el paso de los meses todo cambió. Parecía otra persona, ya no había estúpidas normas ni lugares prohibidos; ahora sonreía más a menudo, y jugaba con sus sobrinos siempre que le era posible. Así pues, dejo a un lado todo el rencor que guardaba a la madre de los niños, con la cual nunca se había llevado bien y  un día se había alegrado de la desgracia que más daño había hecho a Victoria; decidió borrar todas las cosas malas de su pasado para adoptar a aquellos huérfanos como sus propios hijos, jurándose no volver a ser aquella persona arisca y malhumorada en la que se había convertido años atrás.


sábado, 4 de febrero de 2017

LA ROSA NEGRA

Estaba tumbado bocarriba sobre la hierba del campo, observando las brillantes estrellas, y escuchando los miles de grillos a su alrededor. Un leve viento cálido se levantó y le acarició el rostro. Aquello era lo que más le gustaba a Jaime, y lo que hacía cada noche de verano.  Llevaba horas allí tumbado, por lo que decidió encender la linterna, y regresar al pueblo. Con paso lento, atravesó el polvoriento camino, y en una larga media hora vislumbró las tenues luces que iluminaban el lugar. Pese a lo tarde que era, la gente se arremolinaba nerviosa en las calles. Jaime se abrió paso entre la multitud, para intentar averiguar que pasaba. En el suelo tan solo se hallaba una rosa negra. La gente la observaba y hablaba en susurros nerviosa. “¿Tanto revuelo por una rosa?”, se preguntó Jaime, ya que le pareció una situación un tanto absurda. Sin darle más importancia salió de allí y se fue hacía su casa. Entró con sigilo para no despertar a su madre, y después se fue a dormir.
Sobre las siete de la mañana Jaime se despertó. Una corriente helada se colaba por su ventana; se levantó para cerrar la ventana, y vio que el pueblo entero estaba cubierto de escarcha, y en la puerta de cada casa había una rosa negra. Se frotó los ojos para comprobar si había visto bien. ¿Escarcha?, ¿en pleno verano?, aquello era realmente insólito. En cuanto a las rosas, Jaime seguía sin comprender cuál era su significado.  
Se volvió a la cama para seguir durmiendo. Se tumbó de medio lado mirando a la puerta de su habitación, y por allí delante vio pasar rápidamente una figura cubierta con un manto negro. Al pasar por delante de la puerta de Jaime, una rosa negra cayó, quedando frente a él. Sobresaltado, Jaime se levantó de la cama y se dirigió al pasillo para ver quien se había colado en su casa, pero cuando salió, allí no había nadie, aquella figura se había desvanecido.
Se agachó para recoger la rosa, y al levantarse vio a su madre.
-¿Qué haces levantado a estas horas?- le preguntó la mujer cubriéndose con una bata por el frío que había inundado la casa.
-Me desperté- dijo Jaime.
-¿De dónde has sacado eso?- le preguntó señalando la rosa. La expresión de la mujer se había vuelto tensa. Jaime iba a responderla, cuando alguien aporreó la puerta de la entrada. La mujer, alarmada, fue a abrir. Jaime bajó las escaleras y siguió a su madre, tenía curiosidad por saber que pasaba. La mujer abrió la puerta. Para su sorpresa, allí no había nadie. Jaime y su madre intercambiaron una mirada. Salieron a la calle, y vieron que los demás vecinos hacían igual. Un silencio sepulcral inundaba las calles, todos intercambiaban miradas de inquietud, pero nadie decía nada. Un hombre mayor, interrumpió el silencio.
-Está volviendo a suceder. Ha vuelto- dijo con la voz temblorosa. Jaime no entendía nada de lo que estaba sucediendo, y miró a su madre en busca de alguna explicación, pero la mujer no dijo nada. Cuando los vecinos se disponían a entrar nuevamente en sus casas, un grito llegó hasta sus oídos. Al tiempo que ese chillido inundaba las calles, una oscura niebla cubrió el pueblo en apenas unos segundos. Alarmados, todos los aldeanos se encaminaron hasta la casa de la que habían  salido los desgarradores chillidos.
Cuando llegaron a aquella casa, Jaime observó que en aquella puerta no había ninguna rosa, a diferencia de todas las demás.
-Ha desaparecido- comentaban los vecinos por lo bajo. La familia que habitaba en aquella casa había desaparecido sin dejar ningún rastro, se habían desvanecido.
Después de tantos años en paz, el fantasma de negro había regresado. Pasadas unas horas, y ya en su casa, Jaime quiso conocer que estaba sucediendo.
-Cada cierto tiempo sucede- dijo su madre sin levantar la vista de la pequeña taza de té- Siempre es en verano, hace calor, hasta que el frío llega de repente. Cuando era pequeña, en el pueblo había una leyenda. Decían que unos años atrás, una mujer llamada Rosa había vivido en una de estas casas. Era extraña, ya que en su casa siempre crecían rosas negras; también decían que al tocar cualquier rosa, podía cambiarle el color por este. Un día, desapareció, y nadie la volvió a ver. Hay quien dice que se la llevaron del pueblo, ya que le tenían miedo; otros dicen que se marchó ella, pero dudo que desapareciera por propia voluntad-, al decir estas últimas palabras, la mujer levantó la vista y miró a su hijo. Después continuó con la historia.
-Lo cierto es que desconozco que le pasó. Por lo que yo sé,  no fue feliz mientras vivió en el pueblo. Le sucedió algo horrible, tan horrible, que nadie se ha atrevido a contarlo jamás, por miedo a que le pueda suceder algo. Cuentan, que cada cierto tiempo regresa. Hace que el frío acabe con el cálido verano- la mujer tragó saliva- Verás, Jaime, se dice que cinco casas serán las elegidas. Cada noche las rosas negras aparecerán en la puerta de cada casa, pero habrá una en la que no. El lugar que tenga la mala suerte de no encontrar esta flor en su entrada, sufrirá las horribles consecuencias. Se los lleva, y les hace correr el mismo destino que ella tuvo. Nadie sabe cuál es, y tampoco se sabe dónde van, pero el caso, es que no se les vuelve a ver jamás. Durante todos estos años no hay casa que no se haya visto afectada. En esta misma casa desapareció alguien, en todas alguna vez ha desaparecido alguien. No te lleves a engaños, esto puede durar meses, no son cinco días, uno por cada casa; ella juega con la gente, hoy ha sido una, pero puede que hasta dentro de dos semanas no desaparezca otra. Sólo te pido una cosa, no te alejes del pueblo-. La mujer tenía lágrimas en los ojos, estaba realmente aterrada. Jaime fue junto a ella y la abrazó para tranquilizarla. Mientras estaban abrazados, la luz comenzó a hacer cosas extrañas. Jaime se levantó para ir a su habitación en busca de la linterna, ya que no se veía absolutamente nada, parecía noche cerrada, pero realmente era temprano. Subió a su habitación y agarró la linterna, la encendió, y se dispuso a salir. Por delante de su habitación vio pasar una figura negra, igual que le había sucedido por la mañana. Salió al pasillo rápidamente y alumbró con la luz a la figura que estaba de espaldas pero frente a él. Aquella figura frenó en seco, y se giró lentamente. Jaime, por alguna razón, no sentía miedo, lo cual le resultó extraño. Iluminó el rostro de aquella figura con la linterna. Era una cara familiar, delgada, con una recta nariz y aquellos oscuros ojos. Era igual que su madre. En aquel momento, Jaime no entendió nada. Aquella mujer le tendió una rosa negra.
-¿Mamá?- preguntó Jaime extrañado.
-¿Sí?- contestó alguien a su espalda. El muchacho se giró inmediatamente, y vio a su madre con otra linterna en la mano. Parecía que ella no había visto a aquella figura. Jaime volvió a mirar al frente, pero aquella mujer, cubierta con el manto negro, había desaparecido. En su lugar había una fotografía. En ella, aparecía su madre junto a otra persona. Eran gemelas. Extrañado, miró a su madre.
-Te dije que en esta casa también había desaparecido alguien. Ella fue la primera- dijo la mujer con un tono frío.