sábado, 4 de febrero de 2017

LA ROSA NEGRA

Estaba tumbado bocarriba sobre la hierba del campo, observando las brillantes estrellas, y escuchando los miles de grillos a su alrededor. Un leve viento cálido se levantó y le acarició el rostro. Aquello era lo que más le gustaba a Jaime, y lo que hacía cada noche de verano.  Llevaba horas allí tumbado, por lo que decidió encender la linterna, y regresar al pueblo. Con paso lento, atravesó el polvoriento camino, y en una larga media hora vislumbró las tenues luces que iluminaban el lugar. Pese a lo tarde que era, la gente se arremolinaba nerviosa en las calles. Jaime se abrió paso entre la multitud, para intentar averiguar que pasaba. En el suelo tan solo se hallaba una rosa negra. La gente la observaba y hablaba en susurros nerviosa. “¿Tanto revuelo por una rosa?”, se preguntó Jaime, ya que le pareció una situación un tanto absurda. Sin darle más importancia salió de allí y se fue hacía su casa. Entró con sigilo para no despertar a su madre, y después se fue a dormir.
Sobre las siete de la mañana Jaime se despertó. Una corriente helada se colaba por su ventana; se levantó para cerrar la ventana, y vio que el pueblo entero estaba cubierto de escarcha, y en la puerta de cada casa había una rosa negra. Se frotó los ojos para comprobar si había visto bien. ¿Escarcha?, ¿en pleno verano?, aquello era realmente insólito. En cuanto a las rosas, Jaime seguía sin comprender cuál era su significado.  
Se volvió a la cama para seguir durmiendo. Se tumbó de medio lado mirando a la puerta de su habitación, y por allí delante vio pasar rápidamente una figura cubierta con un manto negro. Al pasar por delante de la puerta de Jaime, una rosa negra cayó, quedando frente a él. Sobresaltado, Jaime se levantó de la cama y se dirigió al pasillo para ver quien se había colado en su casa, pero cuando salió, allí no había nadie, aquella figura se había desvanecido.
Se agachó para recoger la rosa, y al levantarse vio a su madre.
-¿Qué haces levantado a estas horas?- le preguntó la mujer cubriéndose con una bata por el frío que había inundado la casa.
-Me desperté- dijo Jaime.
-¿De dónde has sacado eso?- le preguntó señalando la rosa. La expresión de la mujer se había vuelto tensa. Jaime iba a responderla, cuando alguien aporreó la puerta de la entrada. La mujer, alarmada, fue a abrir. Jaime bajó las escaleras y siguió a su madre, tenía curiosidad por saber que pasaba. La mujer abrió la puerta. Para su sorpresa, allí no había nadie. Jaime y su madre intercambiaron una mirada. Salieron a la calle, y vieron que los demás vecinos hacían igual. Un silencio sepulcral inundaba las calles, todos intercambiaban miradas de inquietud, pero nadie decía nada. Un hombre mayor, interrumpió el silencio.
-Está volviendo a suceder. Ha vuelto- dijo con la voz temblorosa. Jaime no entendía nada de lo que estaba sucediendo, y miró a su madre en busca de alguna explicación, pero la mujer no dijo nada. Cuando los vecinos se disponían a entrar nuevamente en sus casas, un grito llegó hasta sus oídos. Al tiempo que ese chillido inundaba las calles, una oscura niebla cubrió el pueblo en apenas unos segundos. Alarmados, todos los aldeanos se encaminaron hasta la casa de la que habían  salido los desgarradores chillidos.
Cuando llegaron a aquella casa, Jaime observó que en aquella puerta no había ninguna rosa, a diferencia de todas las demás.
-Ha desaparecido- comentaban los vecinos por lo bajo. La familia que habitaba en aquella casa había desaparecido sin dejar ningún rastro, se habían desvanecido.
Después de tantos años en paz, el fantasma de negro había regresado. Pasadas unas horas, y ya en su casa, Jaime quiso conocer que estaba sucediendo.
-Cada cierto tiempo sucede- dijo su madre sin levantar la vista de la pequeña taza de té- Siempre es en verano, hace calor, hasta que el frío llega de repente. Cuando era pequeña, en el pueblo había una leyenda. Decían que unos años atrás, una mujer llamada Rosa había vivido en una de estas casas. Era extraña, ya que en su casa siempre crecían rosas negras; también decían que al tocar cualquier rosa, podía cambiarle el color por este. Un día, desapareció, y nadie la volvió a ver. Hay quien dice que se la llevaron del pueblo, ya que le tenían miedo; otros dicen que se marchó ella, pero dudo que desapareciera por propia voluntad-, al decir estas últimas palabras, la mujer levantó la vista y miró a su hijo. Después continuó con la historia.
-Lo cierto es que desconozco que le pasó. Por lo que yo sé,  no fue feliz mientras vivió en el pueblo. Le sucedió algo horrible, tan horrible, que nadie se ha atrevido a contarlo jamás, por miedo a que le pueda suceder algo. Cuentan, que cada cierto tiempo regresa. Hace que el frío acabe con el cálido verano- la mujer tragó saliva- Verás, Jaime, se dice que cinco casas serán las elegidas. Cada noche las rosas negras aparecerán en la puerta de cada casa, pero habrá una en la que no. El lugar que tenga la mala suerte de no encontrar esta flor en su entrada, sufrirá las horribles consecuencias. Se los lleva, y les hace correr el mismo destino que ella tuvo. Nadie sabe cuál es, y tampoco se sabe dónde van, pero el caso, es que no se les vuelve a ver jamás. Durante todos estos años no hay casa que no se haya visto afectada. En esta misma casa desapareció alguien, en todas alguna vez ha desaparecido alguien. No te lleves a engaños, esto puede durar meses, no son cinco días, uno por cada casa; ella juega con la gente, hoy ha sido una, pero puede que hasta dentro de dos semanas no desaparezca otra. Sólo te pido una cosa, no te alejes del pueblo-. La mujer tenía lágrimas en los ojos, estaba realmente aterrada. Jaime fue junto a ella y la abrazó para tranquilizarla. Mientras estaban abrazados, la luz comenzó a hacer cosas extrañas. Jaime se levantó para ir a su habitación en busca de la linterna, ya que no se veía absolutamente nada, parecía noche cerrada, pero realmente era temprano. Subió a su habitación y agarró la linterna, la encendió, y se dispuso a salir. Por delante de su habitación vio pasar una figura negra, igual que le había sucedido por la mañana. Salió al pasillo rápidamente y alumbró con la luz a la figura que estaba de espaldas pero frente a él. Aquella figura frenó en seco, y se giró lentamente. Jaime, por alguna razón, no sentía miedo, lo cual le resultó extraño. Iluminó el rostro de aquella figura con la linterna. Era una cara familiar, delgada, con una recta nariz y aquellos oscuros ojos. Era igual que su madre. En aquel momento, Jaime no entendió nada. Aquella mujer le tendió una rosa negra.
-¿Mamá?- preguntó Jaime extrañado.
-¿Sí?- contestó alguien a su espalda. El muchacho se giró inmediatamente, y vio a su madre con otra linterna en la mano. Parecía que ella no había visto a aquella figura. Jaime volvió a mirar al frente, pero aquella mujer, cubierta con el manto negro, había desaparecido. En su lugar había una fotografía. En ella, aparecía su madre junto a otra persona. Eran gemelas. Extrañado, miró a su madre.
-Te dije que en esta casa también había desaparecido alguien. Ella fue la primera- dijo la mujer con un tono frío.