Estaba
tumbado bocarriba sobre la hierba del campo, observando las brillantes
estrellas, y escuchando los miles de grillos a su alrededor. Un leve viento cálido
se levantó y le acarició el rostro. Aquello era lo que más le gustaba a Jaime,
y lo que hacía cada noche de verano.
Llevaba horas allí tumbado, por lo que decidió encender la linterna, y
regresar al pueblo. Con paso lento, atravesó el polvoriento camino, y en una
larga media hora vislumbró las tenues luces que iluminaban el lugar. Pese a lo
tarde que era, la gente se arremolinaba nerviosa en las calles. Jaime se abrió
paso entre la multitud, para intentar averiguar que pasaba. En el suelo tan
solo se hallaba una rosa negra. La gente la observaba y hablaba en susurros
nerviosa. “¿Tanto revuelo por una rosa?”,
se preguntó Jaime, ya que le pareció una situación un tanto absurda. Sin darle
más importancia salió de allí y se fue hacía su casa. Entró con sigilo para no
despertar a su madre, y después se fue a dormir.
Sobre las
siete de la mañana Jaime se despertó. Una corriente helada se colaba por su
ventana; se levantó para cerrar la ventana, y vio que el pueblo entero estaba
cubierto de escarcha, y en la puerta de cada casa había una rosa negra. Se
frotó los ojos para comprobar si había visto bien. ¿Escarcha?, ¿en pleno
verano?, aquello era realmente insólito. En cuanto a las rosas, Jaime seguía
sin comprender cuál era su significado.
Se volvió a
la cama para seguir durmiendo. Se tumbó de medio lado mirando a la puerta de su
habitación, y por allí delante vio pasar rápidamente una figura cubierta con un
manto negro. Al pasar por delante de la puerta de Jaime, una rosa negra cayó,
quedando frente a él. Sobresaltado, Jaime se levantó de la cama y se dirigió al
pasillo para ver quien se había colado en su casa, pero cuando salió, allí no
había nadie, aquella figura se había desvanecido.
Se agachó
para recoger la rosa, y al levantarse vio a su madre.
-¿Qué haces
levantado a estas horas?- le preguntó la mujer cubriéndose con una bata por el
frío que había inundado la casa.
-Me
desperté- dijo Jaime.
-¿De dónde
has sacado eso?- le preguntó señalando la rosa. La expresión de la mujer se
había vuelto tensa. Jaime iba a responderla, cuando alguien aporreó la puerta
de la entrada. La mujer, alarmada, fue a abrir. Jaime bajó las escaleras y
siguió a su madre, tenía curiosidad por saber que pasaba. La mujer abrió la
puerta. Para su sorpresa, allí no había nadie. Jaime y su madre intercambiaron
una mirada. Salieron a la calle, y vieron que los demás vecinos hacían igual.
Un silencio sepulcral inundaba las calles, todos intercambiaban miradas de
inquietud, pero nadie decía nada. Un hombre mayor, interrumpió el silencio.
-Está
volviendo a suceder. Ha vuelto- dijo con la voz temblorosa. Jaime no entendía
nada de lo que estaba sucediendo, y miró a su madre en busca de alguna
explicación, pero la mujer no dijo nada. Cuando los vecinos se disponían a
entrar nuevamente en sus casas, un grito llegó hasta sus oídos. Al tiempo que
ese chillido inundaba las calles, una oscura niebla cubrió el pueblo en apenas
unos segundos. Alarmados, todos los aldeanos se encaminaron hasta la casa de la
que habían salido los desgarradores
chillidos.
Cuando
llegaron a aquella casa, Jaime observó que en aquella puerta no había ninguna
rosa, a diferencia de todas las demás.
-Ha
desaparecido- comentaban los vecinos por lo bajo. La familia que habitaba en
aquella casa había desaparecido sin dejar ningún rastro, se habían desvanecido.
Después de
tantos años en paz, el fantasma de negro había regresado. Pasadas unas horas, y
ya en su casa, Jaime quiso conocer que estaba sucediendo.
-Cada cierto
tiempo sucede- dijo su madre sin levantar la vista de la pequeña taza de té- Siempre
es en verano, hace calor, hasta que el frío llega de repente. Cuando era
pequeña, en el pueblo había una leyenda. Decían que unos años atrás, una mujer
llamada Rosa había vivido en una de estas casas. Era extraña, ya que en su casa
siempre crecían rosas negras; también decían que al tocar cualquier rosa, podía
cambiarle el color por este. Un día, desapareció, y nadie la volvió a ver. Hay
quien dice que se la llevaron del pueblo, ya que le tenían miedo; otros dicen
que se marchó ella, pero dudo que desapareciera por propia voluntad-, al decir
estas últimas palabras, la mujer levantó la vista y miró a su hijo. Después
continuó con la historia.
-Lo cierto
es que desconozco que le pasó. Por lo que yo sé, no fue feliz mientras vivió en el pueblo. Le
sucedió algo horrible, tan horrible, que nadie se ha atrevido a contarlo jamás,
por miedo a que le pueda suceder algo. Cuentan, que cada cierto tiempo regresa.
Hace que el frío acabe con el cálido verano- la mujer tragó saliva- Verás,
Jaime, se dice que cinco casas serán las elegidas. Cada noche las rosas negras
aparecerán en la puerta de cada casa, pero habrá una en la que no. El lugar que
tenga la mala suerte de no encontrar esta flor en su entrada, sufrirá las
horribles consecuencias. Se los lleva, y les hace correr el mismo destino que
ella tuvo. Nadie sabe cuál es, y tampoco se sabe dónde van, pero el caso, es
que no se les vuelve a ver jamás. Durante todos estos años no hay casa que no
se haya visto afectada. En esta misma casa desapareció alguien, en todas alguna
vez ha desaparecido alguien. No te lleves a engaños, esto puede durar meses, no
son cinco días, uno por cada casa; ella juega con la gente, hoy ha sido una,
pero puede que hasta dentro de dos semanas no desaparezca otra. Sólo te pido
una cosa, no te alejes del pueblo-. La mujer tenía lágrimas en los ojos, estaba
realmente aterrada. Jaime fue junto a ella y la abrazó para tranquilizarla.
Mientras estaban abrazados, la luz comenzó a hacer cosas extrañas. Jaime se
levantó para ir a su habitación en busca de la linterna, ya que no se veía
absolutamente nada, parecía noche cerrada, pero realmente era temprano. Subió a
su habitación y agarró la linterna, la encendió, y se dispuso a salir. Por
delante de su habitación vio pasar una figura negra, igual que le había
sucedido por la mañana. Salió al pasillo rápidamente y alumbró con la luz a la
figura que estaba de espaldas pero frente a él. Aquella figura frenó en seco, y
se giró lentamente. Jaime, por alguna razón, no sentía miedo, lo cual le
resultó extraño. Iluminó el rostro de aquella figura con la linterna. Era una
cara familiar, delgada, con una recta nariz y aquellos oscuros ojos. Era igual
que su madre. En aquel momento, Jaime no entendió nada. Aquella mujer le tendió
una rosa negra.
-¿Mamá?-
preguntó Jaime extrañado.
-¿Sí?-
contestó alguien a su espalda. El muchacho se giró inmediatamente, y vio a su
madre con otra linterna en la mano. Parecía que ella no había visto a aquella
figura. Jaime volvió a mirar al frente, pero aquella mujer, cubierta con el
manto negro, había desaparecido. En su lugar había una fotografía. En ella,
aparecía su madre junto a otra persona. Eran gemelas. Extrañado, miró a su
madre.
-Te dije que
en esta casa también había desaparecido alguien. Ella fue la primera- dijo la
mujer con un tono frío.