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Fotografía: María Iruela |
Me di media
vuelta y comencé a andar rápidamente para llegar hasta las casas. Una vez allí,
abrí la puerta de la parcela y me deslicé dentro; anduve hasta la casa número
siete, y vi que el chico de ojos grises ya no estaba en la ventana. Me acerqué
hasta la puerta y llamé. Pasaron un par de minutos y nadie respondió al otro
lado. Temí que aquel muchacho pudiera haberse desmayado, ya que la sangre podía
provenir de un golpe en la cabeza. Me maldecí a mí misma por no haber actuado
antes. Como nadie me abría la puerta, decidí ir por la parte de atrás y saltar
la pequeña puerta del jardín perteneciente a esa casa. El césped estaba quemado por el sol y había
adquirido un tono amarillento. Las baldosas de la parte más cercana a la puerta
estaban cubiertas por una gruesa capa de suciedad, mientras que la puerta de
cristal que comunicaba la casa con aquel descuidado jardín, estaba rota. Me
colé a través de aquel hueco y mis pies hicieron añicos los cristales que se
encontraban en el suelo. Una ráfaga de viento me envolvió, haciendo parecer
aquella escena más siniestra. Mientras atravesaba el comedor, que era la primera
sala que había nada más entrar desde el jardín, llamé a aquel chico, pero no
obtuve ninguna respuesta. Me dirigí hacia la cocina, ya que la ventana desde la
que él me había observado se encontraba allí. Entré, y vi que la estancia
estaba vacía. Ya sólo me quedaba mirar en la parte de arriba de la casa. ¿Dónde
se habría metido?, igual se había marchado ya. También cruzó por mi mente la
posibilidad de que aquel joven fuera un fantasma, al fin y al cabo, no sería la
primera vez que me pasaba algo un tanto paranormal estando en aquel lugar.
Descarté esa idea rápidamente, tras recordar que lo que yo había visto en otra
ocasión fue tan solo una reacción psicológica provocada por el miedo que tenía
en aquel instante.
Estaba
parada frente a las escaleras, no sabía si debía subir y echar un vistazo, o
pasar del tema y marcharme a casa, ya que estaba empezando a inquietarme, y la
tormenta estaba ya encima haciendo retumbar los fuertes truenos por todas
partes. Tal vez lo mejor sería ir a decírselo a mi abuela. Me había decidido a
marcharme, cuando en el piso de arriba escuché pasos. Subí las escaleras lo más
sigilosa que pude, tal vez le había asustado al colarme allí. Le busqué por las
cuatro habitaciones que había, y no le encontré. Fue en aquel momento cuando me
invadió una sensación de pánico. Quise bajar las escaleras a toda prisa, pero
cuando miré, abajo, junto a ellas, estaba aquel chico inmóvil. Pude observar
que iba totalmente lleno de agua, como si se hubiera caído en la piscina común
de la parcela. Descarté la idea de que fuera mojado a causa de la lluvia, ya
que no caía ni una sola gota. En aquel momento me arrepentí profundamente de
haber entrado a la casa, pues era evidente que a aquel chico no le pasaba nada,
es más, ni si quiera estaba segura de que la sangre que le cubría el rostro
fuera suya. Sus ojos, llenos de furia se clavaron en mí, sin embargo decidió
ignorarme y marcharse hacia la cocina. Acabe de bajar las escaleras y giré
hacia el comedor lo más rápido que pude para escapar de allí. Salí a toda prisa, y me dirigí a la casa de
mi abuela. Cuando la anciana mujer me vio entrar por la puerta, detectó que
algo me había pasado. Yo le relate la historia, aunque sabía que su respuesta
seguramente sería regañarme por colarme en una casa ajena. Sin embargo, me
equivoqué. Su rostro se quedó pálido.
-Veras, en
aquella casa tuvo lugar una tragedia, probablemente una de las más
espeluznantes que haya visto este lugar. Me sorprende que no lo recuerdes, tu
tendrías unos siete años por aquel entonces, y lo viste con tus propios ojos-
comenzó a narrar mi abuela.
-¿Qué yo lo
vi?- pregunté extrañada. Mi abuela cerró los ojos y asintió muy despacio.
-Ya lo creo
que lo viste, tú y la pequeña de aquella familia, erais muy amigas, estabais
todo el tiempo juntas. Verás, aquel día, los padres de aquella familia se
habían ido, y habían dejado al mayor de los hermanos, Víctor, al que tú
describes, a cargo de sus dos hermanos pequeños, Adrián y Mara. Aquel chico
nunca tuvo la cabeza en su sitio, sabe dios en que estaría pensando. Dejo a
Adrián que se marchara sin preguntarle a donde, y bueno, tu estuviste por aquí
jugando con Mara, concretamente, estabais sentadas en uno de los bancos
cercanos a la piscina jugando con vuestras muñecas. El caso es que Víctor metió en casa a un
grupo de amigos, no sé qué es lo que sucedería, pero por alguna razón, empezó a
discutir con uno de ellos, hasta tal punto que comenzó a golpearle en la cabeza
y dejarle inconsciente. Recuerdo que tú me contaste que le viste salir de la
casa furioso y tirando del otro chico mientras no paraba de golpearle, así que
tanto tú como Mara vinisteis aquí para avisar. Se formó un gran revuelo, y
cuando todos quisimos salir a ver qué pasaba vimos que tirado en el césped e
inconsciente estaba el amigo con el que había comenzado a discutir. Mientras
que en la piscina, flotando, y con la parte derecha del rostro ensangrentada,
estaba Víctor. Le sacaron de allí, e intentaron reanimarle, pero nadie pudo
hacer nada por salvarle. Después de aquello, y como es lógico, la familia se mudó
a otro sitio lejos de aquí- concluyó mi abuela.
- Pero hay
una cosa que no entiendo- dije, pero entonces mi abuela me cortó.
-No sabes cómo
en un periodo tan corto de tiempo acabó muerto en el agua, ¿verdad?- yo asentí-
veras querida, eso es algo que ni la policía ha podido explicar. Pensaron que
podía haber sido uno de sus amigos, pero descartaron la opción, ya que todos
huyeron despavoridos y en busca de ayuda cuando comenzó a golpear al otro
muchacho. La otra opción que se barajó fue que se lo hubiera hecho el mismo,
como ya te he dicho, nunca estuvo bien de la cabeza-. Me quedé paralizada y sin
saber que decir, no entendía como había podido borrar algo así de mi mente,
pues en mi cabeza no quedaba ni rastro de aquella familia.
-Claro, que
eso no fue lo único que sucedió aquel día- dijo mi abuela. Yo me giré para
mirarla sorprendida, ¿aún había más? – El otro hermano, Adrián, jamás regresó a
casa. Nunca le han encontrado, nunca se ha sabido donde fue, y por qué no
volvió. Como ya sabes, este lugar a veces parece que se traga a la gente- dijo
mi abuela mientras bajaba la mirada. Por desgracia, tenía razón, allí la gente
se esfumaba sin dejar rastro, y lo peor, es que sucedía más a menudo de lo
normal, en especial, para ser un lugar tan pequeño. Hice una larga pausa
mientras intentaba ordenar en mi mente todo lo que había visto, y todo lo que
había escuchado.
-Pero
abuela, entonces, ¿tú crees que lo que he visto es un fantasma?- dije preocupada,
pues temía que pensara que estaba loca. Mi abuela me observó detenidamente y
levantó una ceja.
-Naturalmente.
Recuerda que aquí todo está siempre envuelto en misterio y cosas inexplicables-
contestó ella con una gran seguridad.
Aquella fue
la primera historia inquietante de muchas que tendrían lugar aquel verano.