Se trataba
de un pequeño pueblo oculto cerca de los acantilados gallegos, como tantos
otros. Sus casitas de piedra y su multitud de flores de colores le daban al
lugar un aspecto alegre y lleno de vida; el sonido de las olas al chocar contra
las rocas resultaba de lo más agradable. A simple vista parecía un sitio
acogedor y bonito, pero común, ninguno de los viajeros que pasaba por allí de
vez en cuando habría sospechado que aquellas calles habían sido testigos de
espeluznantes historias y que el misterio era su principal característica.
El cielo se
había teñido de colores anaranjados para dar paso a la oscura noche; los tres
amigos, Marco, Martín y Venus, como cada tarde, se habían ido por la parte del
pueblo que se hallaba más oculta entre los árboles, ya que allí siempre corría
una leve brisa marina que ayudaba a soportar el sofocante calor que en aquellos
días se ceñía sobre el lugar. Solían pasar el rato en un pequeño parque que
hacía mucho que ya nadie pisaba, pues desde que habían creado el nuevo, aquel
había quedado totalmente solo. Estaban allí, charlando como de costumbre cuando
escucharon un ruido entre las ramas. Martín pensó que sería un animal y no le
dio importancia, pero Venus aseguró a los dos muchachos que se trataba de una
persona, ya que había visto a la perfección su silueta entre la maleza. Marco
decidió levantarse a mirar, ya que pensaba que podía tratarse de su hermano
pequeño, que en más de una ocasión le había seguido a él y a sus amigos con la
intención de quedarse con ellos, o simplemente para jugar a espiarles.
Marco vio ante sí algo que le desconcertó. Era una chica
joven, no tendría más de veinticinco años, iba vestida con un largo vestido
blanco; su pelo era largo, rizado y castaño, lo cual resaltaba mucho, ya que su
piel era pálida y sus labios rojos como la sangre; sus ojos, verdes esmeralda,
tenían un brillo peculiar, tan peculiar, que al joven chico le recorrió un
escalofrío. La joven le observó detenidamente, a él, y a sus dos amigos que se
hallaban a las espaldas de Marco. La luz rojiza del sol le daba unos toques
anaranjados al pelo de aquella chica. Los tres amigos se miraron extrañados,
pues sabían que aquella joven no era del lugar.
-¿Quién
eres?- preguntó Martín, ya que por el extraño comportamiento de la joven,
pensaba que quizás podía haberse perdido. La chica no le contestó. Se limitó a
sonreírle y se dio la vuelta para caminar entre los árboles. Venus se había
quedado igual de pálida que aquella extraña muchacha; estaba segura de que se
trataba de un fantasma, no era la primera vez que veía aquel rostro, recordaba
perfectamente haberlo visto en una fotografía de una de las tumbas del pequeño
cementerio; pero claro, si les decía eso a sus amigos probablemente se reirían
de ella y la dirían que estaba loca y que eso era imposible. Aunque lo peor que
podía pasarle era que la condenaran, como les había sucedido a otras chicas, en
su mayoría mujeres de aquel pueblo y de muchos otros. Los tres amigos la
perdieron de vista enseguida, pero hasta ellos llegó un desgarrador chillido
que les sobrecogió. El cielo cada vez se iba oscureciendo más, pero aun así,
decidieron ir a ver qué había pasado. Comenzaron a caminar entre la maleza a
toda velocidad buscando a la joven para intentar ayudarla. No la encontraron,
tan solo hallaron un trozo del vestido enganchado en una zarza, y cubierto de
sangre.
-Esto me da
mala espina- dijo Venus.
-No podemos
irnos, ¿y si está herida?- dijo Marco recogiendo el cacho de tela. Ambos
miraron a Martín para ver qué opinaba, pero el chico estaba pálido y con la
mirada perdida.
-¿Martín? ¿Te
encuentras bien?- le preguntó Venus alarmada al ver la cara del muchacho. El
chico negó con la cabeza.
-¿No lo oís?-
dijo con la voz quebrada. Venus y Marco se miraron alarmados, ellos no
escuchaban nada.
-¿Oír qué?-
preguntó Marco acercándose a su amigo.
-La voz-
Marco y Venus se miraron aterrados no sabían si su amigo había perdido la
cabeza, o realmente estaba sucediendo algo extraño. En aquel momento las
campanas empezaron a sonar de manera continua.
-Martín. No
está sonando nada, ¿Qué te pasa?- dijo Marco al ver que su amigo seguía con la
mirada perdida.
- La voz
canta, las campanas doblan por los muertos. Los muertos que vienen a llevarse
las vidas que les pertenece- dijo Martín mirando a sus amigos al fin, pero con
ojos llorosos.
-Pensé que
eso era una leyenda- dijo Venus asustada. Marco se giró para mirarla.
-Sí, yo
también. Creo que lo mejor es que volvamos a casa. Martín, no digas nada de la
voz que escuchas, ¿me has entendido?, recuerda lo que le pasó al último que…-
comenzó a decir Marco, pero Venus le interrumpió.
-Marco, se
van a dar cuenta. Enloquecerá como los
otros- dijo la chica preocupada. Continuaron hablando mientras caminaban para
llegar al pueblo. Una vez allí vieron que toda la gente había salido a la
calle. Todos estaban alarmados, las campanas estaban sonando solas. De repente,
todo se quedó en un profundo silencio, coincidiendo con el instante en el que
el sol se escondía tras las montañas, dejando paso a la noche. El silencio no
duró mucho, ya que unos tambores comenzaron a resonar a lo lejos, el sonido
provenía del mismo lugar del que los tres amigos habían venido. En aquel
instante todos corrieron a esconderse dentro de sus casas. Los tres amigos no
entendían muy bien que era lo que estaba sucediendo, pero hicieron como los
demás, y se ocultaron en casa de Venus, que era la más cercana. Iban a entrar
por la puerta, cuando Venus vio algo que la sobrecogió. Era la chica que habían
visto entre los árboles, pero su aspecto era totalmente diferente, ya no vestía
la misma ropa, y su piel no era tan pálida. Parecía una más del pueblo.
Venus se
había quedado allí intentando entender la escena, cuando Marco la empujó dentro
de la casa a toda prisa, pues unas altas figuras encapuchadas acompañadas del
sonido del tambor, subían por la calle. Los dos amigos se asomaron a una de las
ventanas, mientras que Martín, que continuaba aturdido y repitiendo palabras
sin sentido, estaba sentado en el sofá con un vaso de agua entre las manos. Los
chicos, casi escondidos continuaban observando aquella inquietante procesión
que había surgido de la nada, hasta que a sus espaldas, el ruido de un cristal
romperse sobre el suelo les sobresaltó. Martín ya no estaba en el sofá, había
desaparecido, se había esfumado. Venus y Marco se miraron asustados, no
entendían que había sucedido, hasta que Marco agarró a Venus del brazo
fuertemente, Está se giró para decirle que la estaba haciendo daño, pero vio
cómo su amigo observaba aterrado a través de la ventana. Venus siguió con la
mirada para ver que observaba Marco con esa expresión de terror, y lo vio.
Allí, como si hubiera estado siempre, su amigo Martín iba encapuchado y
formando parte de la procesión, a su lado estaba el mismo rostro que hacía tan
solo un rato había visto. Entonces la abuela de Venus, que estaba sentada en
una enorme butaca, habló a los chicos sobresaltándoles, pues no se habían dado
cuenta de su presencia. Tan solo dijo una frase que a ambos les heló la sangre:
-Las ánimas
se llevan las vidas que les pertenecen-.
Lo cierto
era que Martín había burlado a la muerte cuando una vez, hace un par de años,
el muchacho había intentado establecer contacto con los muertos para burlarse y
al ser descubierto culpó a otro chico del pueblo con el que mantenía una gran
enemistad, acabando el pobre inocente quemado en la hoguera por práctica de
brujería.
Al cabo del
tiempo las ánimas habían regresado para llevarse al que una vez escapó de
ellas.