jueves, 15 de junio de 2017

LAS ÁNIMAS

Se trataba de un pequeño pueblo oculto cerca de los acantilados gallegos, como tantos otros. Sus casitas de piedra y su multitud de flores de colores le daban al lugar un aspecto alegre y lleno de vida; el sonido de las olas al chocar contra las rocas resultaba de lo más agradable. A simple vista parecía un sitio acogedor y bonito, pero común, ninguno de los viajeros que pasaba por allí de vez en cuando habría sospechado que aquellas calles habían sido testigos de espeluznantes historias y que el misterio era su principal característica.
El cielo se había teñido de colores anaranjados para dar paso a la oscura noche; los tres amigos, Marco, Martín y Venus, como cada tarde, se habían ido por la parte del pueblo que se hallaba más oculta entre los árboles, ya que allí siempre corría una leve brisa marina que ayudaba a soportar el sofocante calor que en aquellos días se ceñía sobre el lugar. Solían pasar el rato en un pequeño parque que hacía mucho que ya nadie pisaba, pues desde que habían creado el nuevo, aquel había quedado totalmente solo. Estaban allí, charlando como de costumbre cuando escucharon un ruido entre las ramas. Martín pensó que sería un animal y no le dio importancia, pero Venus aseguró a los dos muchachos que se trataba de una persona, ya que había visto a la perfección su silueta entre la maleza. Marco decidió levantarse a mirar, ya que pensaba que podía tratarse de su hermano pequeño, que en más de una ocasión le había seguido a él y a sus amigos con la intención de quedarse con ellos, o simplemente para jugar a espiarles.
Marco vio  ante sí algo que le desconcertó. Era una chica joven, no tendría más de veinticinco años, iba vestida con un largo vestido blanco; su pelo era largo, rizado y castaño, lo cual resaltaba mucho, ya que su piel era pálida y sus labios rojos como la sangre; sus ojos, verdes esmeralda, tenían un brillo peculiar, tan peculiar, que al joven chico le recorrió un escalofrío. La joven le observó detenidamente, a él, y a sus dos amigos que se hallaban a las espaldas de Marco. La luz rojiza del sol le daba unos toques anaranjados al pelo de aquella chica. Los tres amigos se miraron extrañados, pues sabían que aquella joven no era del lugar.
-¿Quién eres?- preguntó Martín, ya que por el extraño comportamiento de la joven, pensaba que quizás podía haberse perdido. La chica no le contestó. Se limitó a sonreírle y se dio la vuelta para caminar entre los árboles. Venus se había quedado igual de pálida que aquella extraña muchacha; estaba segura de que se trataba de un fantasma, no era la primera vez que veía aquel rostro, recordaba perfectamente haberlo visto en una fotografía de una de las tumbas del pequeño cementerio; pero claro, si les decía eso a sus amigos probablemente se reirían de ella y la dirían que estaba loca y que eso era imposible. Aunque lo peor que podía pasarle era que la condenaran, como les había sucedido a otras chicas, en su mayoría mujeres de aquel pueblo y de muchos otros. Los tres amigos la perdieron de vista enseguida, pero hasta ellos llegó un desgarrador chillido que les sobrecogió. El cielo cada vez se iba oscureciendo más, pero aun así, decidieron ir a ver qué había pasado. Comenzaron a caminar entre la maleza a toda velocidad buscando a la joven para intentar ayudarla. No la encontraron, tan solo hallaron un trozo del vestido enganchado en una zarza, y cubierto de sangre.
-Esto me da mala espina- dijo Venus.
-No podemos irnos, ¿y si está herida?- dijo Marco recogiendo el cacho de tela. Ambos miraron a Martín para ver qué opinaba, pero el chico estaba pálido y con la mirada perdida.
-¿Martín? ¿Te encuentras bien?- le preguntó Venus alarmada al ver la cara del muchacho. El chico negó con la cabeza.
-¿No lo oís?- dijo con la voz quebrada. Venus y Marco se miraron alarmados, ellos no escuchaban nada.
-¿Oír qué?- preguntó Marco acercándose a su amigo.
-La voz- Marco y Venus se miraron aterrados no sabían si su amigo había perdido la cabeza, o realmente estaba sucediendo algo extraño. En aquel momento las campanas empezaron a sonar de manera continua.
-Martín. No está sonando nada, ¿Qué te pasa?- dijo Marco al ver que su amigo seguía con la mirada perdida.
- La voz canta, las campanas doblan por los muertos. Los muertos que vienen a llevarse las vidas que les pertenece- dijo Martín mirando a sus amigos al fin, pero con ojos llorosos.
-Pensé que eso era una leyenda- dijo Venus asustada. Marco se giró para mirarla.
-Sí, yo también. Creo que lo mejor es que volvamos a casa. Martín, no digas nada de la voz que escuchas, ¿me has entendido?, recuerda lo que le pasó al último que…- comenzó a decir Marco, pero Venus le interrumpió.
-Marco, se van a dar cuenta. Enloquecerá  como los otros- dijo la chica preocupada. Continuaron hablando mientras caminaban para llegar al pueblo. Una vez allí vieron que toda la gente había salido a la calle. Todos estaban alarmados, las campanas estaban sonando solas. De repente, todo se quedó en un profundo silencio, coincidiendo con el instante en el que el sol se escondía tras las montañas, dejando paso a la noche. El silencio no duró mucho, ya que unos tambores comenzaron a resonar a lo lejos, el sonido provenía del mismo lugar del que los tres amigos habían venido. En aquel instante todos corrieron a esconderse dentro de sus casas. Los tres amigos no entendían muy bien que era lo que estaba sucediendo, pero hicieron como los demás, y se ocultaron en casa de Venus, que era la más cercana. Iban a entrar por la puerta, cuando Venus vio algo que la sobrecogió. Era la chica que habían visto entre los árboles, pero su aspecto era totalmente diferente, ya no vestía la misma ropa, y su piel no era tan pálida. Parecía una más del pueblo.
Venus se había quedado allí intentando entender la escena, cuando Marco la empujó dentro de la casa a toda prisa, pues unas altas figuras encapuchadas acompañadas del sonido del tambor, subían por la calle. Los dos amigos se asomaron a una de las ventanas, mientras que Martín, que continuaba aturdido y repitiendo palabras sin sentido, estaba sentado en el sofá con un vaso de agua entre las manos. Los chicos, casi escondidos continuaban observando aquella inquietante procesión que había surgido de la nada, hasta que a sus espaldas, el ruido de un cristal romperse sobre el suelo les sobresaltó. Martín ya no estaba en el sofá, había desaparecido, se había esfumado. Venus y Marco se miraron asustados, no entendían que había sucedido, hasta que Marco agarró a Venus del brazo fuertemente, Está se giró para decirle que la estaba haciendo daño, pero vio cómo su amigo observaba aterrado a través de la ventana. Venus siguió con la mirada para ver que observaba Marco con esa expresión de terror, y lo vio. Allí, como si hubiera estado siempre, su amigo Martín iba encapuchado y formando parte de la procesión, a su lado estaba el mismo rostro que hacía tan solo un rato había visto. Entonces la abuela de Venus, que estaba sentada en una enorme butaca, habló a los chicos sobresaltándoles, pues no se habían dado cuenta de su presencia. Tan solo dijo una frase que a ambos les heló la sangre:
-Las ánimas se llevan las vidas que les pertenecen-.
Lo cierto era que Martín había burlado a la muerte cuando una vez, hace un par de años, el muchacho había intentado establecer contacto con los muertos para burlarse y al ser descubierto culpó a otro chico del pueblo con el que mantenía una gran enemistad, acabando el pobre inocente quemado en la hoguera por práctica de brujería.

Al cabo del tiempo las ánimas habían regresado para llevarse al que una vez escapó de ellas.