viernes, 16 de junio de 2017

LOS PÉTALOS AZULES

Año tras año, absolutamente todos los días, llegaba un pequeño sobre con pétalos de rosa de color azul. Pasaron los años, los siglos, y aquella tradición continuaba. Un día le pregunté a mi abuela a que se debía, ella me miró sorprendida y me contó que aquello era una promesa que un día había hecho un joven a su amada cuando estos se vieron obligados a separarse, pues él fue llamado para luchar.
La joven chica, Gadea, vivía en una pequeña casa en el monte, junto a su viuda madre y sus siete hermanos, tres varones, los más jóvenes y cuatro muchachas de las cuales ella era la segunda más mayor. Desde pequeña le había llamado la atención una casa que había cercana a la suya, pues se trataba de una pequeña vivienda de paredes blancas, pero repletas de unas peculiares rosas de pétalos azules. Un día conoció al joven huérfano que allí vivía junto a sus abuelos maternos, su nombre era Rodrigo. Se enamoró perdidamente de él, y el de ella. Pronto hicieron planes de boda, pero estos se vieron truncados por culpa de la guerra que enfrentaba al rey con su hermano. Rodrigo, al ser un joven plebeyo, fue llamado para luchar en el ejército. Por lo cual, no pudieron casarse antes de que este partiera, pero a cambio, hicieron una promesa; por cada día que estuvieran separados, él le enviaría a Gadea un pétalo de aquellas rosas que tanto le fascinaban, ya que Rodrigo era capaz de hacerlas crecer de la nada como por arte de magia.

Así pues cada día que pasaba, una paloma blanca traía atado un pequeño sobre con los pétalos azules, hasta que un día la paloma no apareció. Gadea se temió lo peor. Al día siguiente, la paloma regresó nuevamente, pero está vez tan solo había un pétalo dentro; se trataba de un pétalo enorme, precioso, pero partido por la mitad. El sobre que traía la paloma contenía todos los días lo mismo. No tardaron en comunicarle a Gadea que Rodrigo hacía semanas que había sido asesinado. Ella lloró su muerte amargamente, sin embargo, alguien seguía enviándole aquel azulado pétalo partido. Pasaron los años y la tradición continuaba, hasta que un día, cuando Gadea alcanzó una edad muy avanzada, murió en aquella misma casa. Tras la muerte de Gadea, una paloma blanca seguía llevando hasta el lugar el sobre con el pétalo, pero ahora ya no estaba partido. Era un pétalo suave, grande, brillante y unido, como ya lo estaban Rodrigo y Gadea.