Atravesó el encantador paseo cubierto de árboles que
conducía hasta su destino. Era un lugar peculiar, allí se respiraba paz; una
paz tan profunda que parecía estar bajo un embrujo. Se adentró en el lugar y
admiró la belleza y la perfección con la que se había construido tanto tiempo atrás.
Cada piedra que construía aquel lugar tenía una historia, un misterio, un
secreto por descubrir.
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Fotografía: María Iruela |
Era una
luminosa noche de verano con una luna llena tan grande como nunca antes se
había visto. Se decía que aquella noche el monasterio se llenaba con las almas
de todos los que habían perecido entre sus muros; sin embargo, dichas almas eran
temidas por los monjes que allí vivían, pues se decía que habían olvidado
quienes fueron en vida y su único propósito era atraer a las personas hasta
aquel desconocido mundo.
Así pues, la
noche del 23 de junio los monjes llenaron el monasterio de velas y rezaron para
que las almas de los muertos descansaran y no truncaran la vida de nadie. La
noche cayó, y cada uno de ellos se retiró a su habitación para descansar; también
pidieron a todos los que allí se alojaban temporalmente que permanecieran
ocultos, pues no querían que la vida de nadie saliera perjudicado. Así lo
hicieron, todos excepto uno, un joven curioso. Pasaban las horas y el
monasterio permanecía tan tranquilo y silencioso como de costumbre, hasta que
unos delicados pasos pasaron por el pasillo. Todo el mundo los oyó, pero tan
solo uno se atrevió a seguirlos, el muchacho. Abrió la puerta de su pequeñísima
habitación y asomó la cabeza. Aquella figura se giró para observarlo, y le
contempló con sus grandes ojos, que parecían dos lunas llenas. El vestido que
la cubría parecía cosido con una suave tela formada a partir de la luz de la
luna, y su cabello negro, que resaltaba sobre el blanco rostro, parecía el mismísimo
cielo.
-¿Quién sois?-
preguntó el joven casi hechizado ante aquella imagen. La mujer le sonrió.
-Yo también
viví aquí. Caí enferma y prometieron curarme, pero no lo lograron- su voz era
melodiosa y transmitía la misma paz que
se respiraba en el pequeño monasterio.
-Las almas
os llevaron una noche como esta, ¿no es así?- preguntó el joven intrigado. Ella
sonrió con tristeza y negó - ¿Pero la leyenda es cierta?- preguntó nuevamente.
-Todas las
leyendas tienen su parte de verdad- dijo ella mientras continuaba avanzando por
los pasillos.
-Decidme
entonces, cuál es la verdadera razón por la que os halláis aquí –
-Si lo
supiera os lo diría. Hay ánimas que al cabo del tiempo desaparecen, mientras
que otras nuevas van llegando. Yo, por el contrario, permanezco aquí
constantemente-dijo ella mientras atravesaba con la mano una de las llamas de
las velas sin quemarse. Avanzaron hasta un pequeño jardincito situado en el
centro del monasterio, el cual, se hallaba presidido por una pequeña fuente de
agua cristalina.
-Todas las noches camino por aquí sin ser vista;
Vigilando, como la
luna vigila
a las brillantes estrellas que iluminan tu vista.
Soy fría como el hielo y transparente como el viento,
junto a la pequeña fuente, cada noche me aparezco-
Tras decir
esto, la figura desapareció y el cansancio llegó repentinamente a al joven, el
que no podía parar de pensar en aquella ánima, que más que un fantasma, parecía
un ángel.
A la mañana
siguiente el chico recordaba lo sucedido, pero no sabía si se había tratado de
un sueño, o había sido real, pues no recordaba cómo había llegado al
dormitorio. Aquella misma noche decidió atravesar los pasillos del monasterio y
esperar junto a la fuente para comprobar si todo había sido real, pero sus ojos
no captaron ni a nada, ni a nadie; sin embargo, si el muchacho hubiera mirado
el reflejo del agua, habría visto aquellas dos lunas plateadas observar la
noche estrellada y guardar el monasterio.