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Fotografía: María Iruela |
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Fotografía: María Iruela |
Un día de 1910, en las calles de Madrid sucedió algo insólito,
algo tan extraño que dejo a todos los habitantes desconcertados a la par que
maravillados, pero también asustados. Del azulado cielo madrileño descendió una
figura perfecta y celestial, se trataba de un ángel. Sus facciones eran delicadas,
pero lo que realmente llamaba la atención eran sus enormes y azuladas alas. Algunos
exclamaron de admiración, mientras que otros lo hicieron de terror, pues no
sabían qué clase de criatura podía ser aquella; pero lo que más les inquietaba
era no conocer sus intenciones. ¿Había bajado del cielo? ¿O venía del infierno?
Ella intentó contarles a las gentes que
allí se hallaban, que se había escapado del cielo porque conocer el mundo
terrenal le parecía algo fascinante, una auténtica aventura. Pero entonces otro
ángel más mayor, casi anciano, bajo de
allí. Estaba furioso por que la joven Marely, que así se llamaba, había
desobedecido sus órdenes de permanecer en el cielo velando por todos, pues ella
era la encargada de proteger la ciudad de Madrid. La chica intentó explicarle
que solo quería bajar por curiosidad y que no podía velar por una ciudad que no
conocía. Pero el otro ángel no la escuchó y como castigo decidió dejarla allí
para toda la eternidad. Sobre una oscura cúpula de adornos dorados, como recién
bajada del cielo quedó la joven Marely para siempre, convertida en piedra y
contemplando toda la ciudad a sus pies, y es que, como suele decirse, de Madrid
al cielo.