lunes, 21 de noviembre de 2016

EL CEMENTERIO

Era una noche fría y lluviosa. Martín y Hugo paseaban por las encharcadas calles del pueblo, sus pasos se iban acelerando cada vez más, tenían la sensación de que alguien les seguía, sin embargo cuando se giraban no veían a nadie.
Martín, burlándose de la visible inquietud de su amigo, le propuso un reto. El reto consistía en entrar al viejo cementerio, que había a las afueras del pueblo, y permanecer allí durante una hora. Hugo aceptó pese al miedo que le provocaban, para que su amigo no pensara que era un cobarde.

Así pues, los chicos cogieron una linterna y se alejaron hasta llegar a aquel lugar. Decidieron que el primero en permanecer allí una hora sería Hugo, que trepó por la mojada puerta y se adentró en él. Empezó a inquietarse cuando una gélida respiración le rozo la nuca. Alterado decidió sentarse con la espalda apoyada en la húmeda pared de piedra. Mientras estaba allí sentado, vio una luz, que parecía ser de otra linterna; salía de un agujero excavado en el suelo. Hugo pensó que se trataba de Martín gastándole una broma, como solía hacer a menudo. Se incorporó y se dirigió hasta el hoyo. Cuando miro dentro de él, vio a una pequeña niña, de dulce aspecto, lloriqueando, parecía que se había caído, ya que estaba cubierta de tierra. Decidido a sacarla de allí le tendió la mano, pero fue en ese instante cuando Hugo noto unas frías y finas manos sobre su espalda empujándole hacia el hoyo. Cuando cayó vio que la niña ya no estaba, pero su risa retumbaba por todo el cementerio. Presa del pánico, Hugo llamó a gritos a su amigo, pero este no apareció. No pudo pedir auxilio durante mucho tiempo, pues sus gritos quedaron sepultados bajo la tierra.