El pequeño Peter estaba jugando en su habitación. Pero se
estaba empezando a aburrir, ya había jugado con todos sus juguetes, quería
cambiar de juego, pero… ¿a que podía jugar ahora?
Abrió la puerta de su habitación con la idea de bajar a
jugar a la pradera que había frente a su casa.
Cuando la abrió vio que en el suelo
había una pequeña taza de té, ¡por poco la pisa! Peter la miró extrañado. “¿Y esa taza?” pensó. La cogió para verla más de cerca. Cuando sus
dedos la rozaron sucedió algo… mágico. La taza pareció iluminarse, y
entonces empezó a escuchar como si los pájaros, y el sonido del viento sonasen
dentro de ella, pero eso era imposible.
Juntó la taza a su oreja para comprobarlo. Ante su sorpresa, descubrió que efectivamente,
el viento y los pájaros sonaban allí dentro, ¿pero cómo podía ser? Cuando
fue a apartarla para volverla a observar, vio como dentro de la taza se había
dibujado el paisaje de un bosque.
Una espesa nube salía de allí. Paso la mano por el pequeño bosque que había dentro de
la taza, y la imagen no se borró. Así, el pequeño Peter la dio el nombre de “La taza de la imaginación”, ya que cualquier lugar que imaginases lo
podía ver dentro de la pequeña tacita.
Aquello
era algo mágico, sin duda alguna. Peter
la guardo como un tesoro, y nunca le habló a nadie de su existencia.
Hoy a sus 72 años, Peter sigue conservando la taza que un
día, cuando no era más que un niño,
encontró en la puerta de su habitación. Con el paso de los años, descubrió
que aquella taza mostraba el lugar al que querías ir, aunque ni siquiera fuera
real; ahora que ya era mayor, también se percató de que al pasar la mano por el
borde podía volver a ver los lugares en los que había estado durante
su infancia. Cada vez que la miraba se
seguía quedando igual de fascinado que la primera vez que la encontró. Y es que
aquella mágica
tacita no paraba de sorprenderle.