Han pasado casi sesenta y cinco años desde que aquella casa
fue habitada por última vez. Se trataba de un pequeño y lujoso piso situado
cerca del bullicioso centro de la preciosa cuidad. Las risas de las niñas que un día vivieron allí
retumbaban por las paredes de todo el edificio, pero lo hacían con más fuerza
en la casa número catorce. Los vecinos
no pensaban que la casa tuviera fantasmas o cualquier cosa por el estilo; lo
que ellos percibían es que algo se había quedado flotando en aquel piso. Una misteriosa y oscura atmósfera
lo envolvía, como si las endiabladas almas que una vez habitaron en aquel lugar
hubieran permanecido allí desde el día en que todo ocurrió.
La historia
que voy a narrar a continuación es una historia extraña, con preguntas sin resolver
y extrañas personas.
En el piso número catorce vivía una joven
llamada Margarita. Era fría y solitaria, nadie la veía salir de la casa, ni
entrar, y jamás ningún vecino escucho su voz, sin embargo, todo el mundo sabía
que allí había alguien. Un día sucedió una desgracia familiar que le afecto
mucho. Su hermana había desaparecido sin dejar rastro. Como única pariente viva asumió la custodia de
sus dos sobrinas, Isabel y Ana, unas niñas
de unos seis y siete años aproximadamente.
Pese a que
tía y sobrinas no se conocían, el primer momento en el que se vieron compartieron una sonrisa de
complicidad. Fue una sonrisa verdaderamente escalofriante, algo oscuro se
ocultaba tras ella. Nunca entablaban conversación, se entendían perfectamente
con tan solo una mirada. No podré negar que era una familia extraña. Los años
fueron pasando, y Margarita, que aun era
bastante joven, conoció a un muchacho con el tuvo un hijo. El padre de esta criatura desapareció
en circunstancias nada claras, así que nuevamente tía y sobrinas quedaron solas
en aquel piso, solo que esta vez el pequeño Rodrigo las acompañaba. La
presencia del pequeño niño fue suavizando el carácter de Margarita, lo que
la hizo más amable y cariñosa. A menudo salía a pasear con su hijo y sus
sobrinas. Poco a poco ella cambió de
carácter, pero sus sobrinas no lo
hicieron.
Una mañana, Isabel
se asomó a la ventana. Observó la gran cúpula negra y dorada que se ceñía sobre
el bonito edificio de enfrente. Una expresión se dibujo en su cara, una
expresión inquietante. Las hermanas habían trazado un macabro plan. Isabel cogió
al pequeño Rodrigo y se lo llevo de la casa sin que nadie se diera cuenta. Al
cabo de un rato, Ana condujo a su tía hasta
la ventana, miró a través de ella, y vio como Isabel soltaba a su hijo hacia el vació. La mujer
abrió la boca para emitir un doloroso chillido, pero no pudo. Mientras tanto la
risa de Ana retumbaba entre aquellas paredes.
Las hermanas continuaban como si no hubiera pasado nada, y
poco a poco Margarita fue sumiéndose nuevamente
en la oscuridad, alejada del mundo. Su carácter se volvió más huraño, y hay
quien afirma que comenzó a ver cosas extrañas, pues decía ver sombras que se
aproximaban hacia ellas. Una gélida noche de invierno y bajo la pobre luz de
las velas, las sombras que decía ver
Margarita se volvieron visibles para las hermanas. Se dejaron envolver
mientras dibujaban en su rostro la misma sonrisa macabra de siempre. Después de
esto, desaparecieron. No se volvió a ver a ninguna de las tres. No se
encontraron cadáveres, pero tampoco ningún rastro. La casa quedo totalmente
sola, como si se hubieran evaporado, o como si el aire se hubiera llevado la
vida que había habido en aquel lugar. Desaparecieron en las mismas circunstancias
que años atrás lo había hecho la madre de estas dos hermanas.
Las paredes del piso catorce encierran el mayor secreto de
todos, encierran el secreto de estas dos hermanas, y su extraño don de hacer
desaparecer a la gente a través de las temerosas sombras, tal vez sea esto lo
que mantiene la casa sin vida. El secreto de las sombras sigue flotando en
aquel espeluznante ambiente.