jueves, 12 de enero de 2017

EL PISO CATORCE

Han pasado casi sesenta y cinco años desde que aquella casa fue habitada por última vez. Se trataba de un pequeño y lujoso piso situado cerca del bullicioso centro de la preciosa cuidad.  Las risas de las niñas que un día vivieron allí retumbaban por las paredes de todo el edificio, pero lo hacían con más fuerza en la casa número catorce.  Los vecinos no pensaban que la casa tuviera fantasmas o cualquier cosa por el estilo; lo que ellos percibían es que algo se había quedado flotando en  aquel piso. Una misteriosa y oscura atmósfera lo envolvía, como si las endiabladas almas que una vez habitaron en aquel lugar hubieran permanecido allí desde el día en que todo ocurrió.
La historia que voy a narrar a continuación es una historia extraña, con preguntas sin resolver  y extrañas personas.
 En el piso número catorce vivía una joven llamada Margarita. Era fría y solitaria, nadie la veía salir de la casa, ni entrar, y jamás ningún vecino escucho su voz, sin embargo, todo el mundo sabía que allí había alguien. Un día sucedió una desgracia familiar que le afecto mucho. Su hermana había desaparecido sin dejar rastro. Como única pariente viva asumió la custodia de sus dos sobrinas,  Isabel y Ana, unas niñas de unos seis y siete años aproximadamente.
Pese a que tía y sobrinas no se conocían, el primer momento  en el  que se vieron compartieron una sonrisa de complicidad. Fue una sonrisa verdaderamente escalofriante, algo oscuro se ocultaba tras ella. Nunca entablaban conversación, se entendían perfectamente con tan solo una mirada. No podré negar que era una familia extraña. Los años fueron pasando, y Margarita, que aun  era bastante joven, conoció a un muchacho con el  tuvo un hijo. El padre de esta criatura desapareció en circunstancias nada claras, así que nuevamente tía y sobrinas quedaron solas en aquel piso, solo que esta vez el pequeño Rodrigo las acompañaba. La presencia del pequeño niño fue suavizando el carácter de Margarita, lo que la hizo más amable y cariñosa. A menudo salía a pasear con su hijo y sus sobrinas. Poco a poco ella cambió de carácter, pero  sus sobrinas no lo hicieron.
Una mañana, Isabel se asomó a la ventana. Observó la gran cúpula negra y dorada que se ceñía sobre el bonito edificio de enfrente. Una expresión se dibujo en su cara, una expresión inquietante. Las hermanas habían trazado un macabro plan. Isabel cogió al pequeño Rodrigo y se lo llevo de la casa sin que nadie se diera cuenta. Al cabo de un rato, Ana  condujo a su tía hasta la ventana, miró a través de ella, y vio como Isabel  soltaba a su hijo hacia el vació. La mujer abrió la boca para emitir un doloroso chillido, pero no pudo. Mientras tanto la risa de Ana retumbaba entre aquellas paredes.
Las hermanas continuaban como si no hubiera pasado nada, y poco a poco Margarita  fue sumiéndose nuevamente en la oscuridad, alejada del mundo. Su carácter se volvió más huraño, y hay quien afirma que comenzó a ver cosas extrañas, pues decía ver sombras que se aproximaban hacia ellas. Una gélida noche de invierno y bajo la pobre luz de las velas, las sombras que decía ver  Margarita se volvieron visibles para las hermanas. Se dejaron envolver mientras dibujaban en su rostro la misma sonrisa macabra de siempre. Después de esto, desaparecieron. No se volvió a ver a ninguna de las tres. No se encontraron cadáveres, pero tampoco ningún rastro. La casa quedo totalmente sola, como si se hubieran evaporado, o como si el aire se hubiera llevado la vida que había habido en aquel lugar.  Desaparecieron en las mismas circunstancias que años atrás lo había hecho la madre de estas dos hermanas.

Las paredes del piso catorce encierran el mayor secreto de todos, encierran el secreto de estas dos hermanas, y su extraño don de hacer desaparecer a la gente a través de las temerosas sombras, tal vez sea esto lo que mantiene la casa sin vida. El secreto de las sombras sigue flotando en aquel espeluznante ambiente.