lunes, 23 de enero de 2017

EL CAFÉ DE LAS PAREDES ROJAS

Corría el año de 1940, la primavera acababa de llegar a la ciudad, y una vez más, escondidos de la bulliciosa multitud, Aurora y Julián se hallaban en aquel pequeño café pintado de rojo. No hacía mucho tiempo que se habían conocido, tan solo hacía unos meses, cuando Aurora, despistada, entró por primera vez en aquel café. Ella acababa de mudarse a la ciudad con sus cuatro hermanos y sus padres, iba buscando la panadería que regentaba su tío, pero en lugar de encontrarla, acabó en aquel pequeño local. Preguntó al camarero si sabía dónde podía encontrarse el lugar que ella buscaba; el camarero lo desconocía. Sin embargo, un joven muchacho sentado junto a la ventana decía saber dónde estaba, así pues, se levantó y se aproximó a Aurora para indicarle que calle debía tomar. Su amplia sonrisa y sus brillantes ojos claros atraparon a Aurora al instante; él también se quedó embelesado ante la belleza de aquella despistada muchacha de finas facciones y elegancia natural. Ella salió del café y atravesó la calle, mientras aquel joven la observaba fascinado desde el otro lado del cristal.
Tras este primer encuentro, ambos regresaron al establecimiento con la esperanza de volverse a encontrar, y así fue.  Ella se escapaba de su casa con la excusa de ir a visitar a unas amigas que había hecho durante aquella primera semana en la ciudad, mientras que él, tenía por costumbre frecuentar el local, para avanzar con sus estudios de aviación. Aurora podía pasarse largas tardes escuchando a Julián hablar sobre aquellos aparatos que tanto fascinaban al joven. Pasaron los días, las semanas y los meses, y un día, cuando Aurora entró en el café como de costumbre, encontró a Julián sentado en la misma mesa de siempre, pero esta vez su expresión era diferente. Sus ojos azules habían perdido aquel expresivo brillo, y su sonrisa había desaparecido. Ante aquella escena, Aurora se aproximó a su amado preocupada. Él explicó a la chica la fuente de su tristeza, su padre había decidido enviarle al extranjero para  ser piloto de aviación. Por lo que Julián le había contado, su padre era un hombre viudo y rico, de un desagradable carácter.
Llegó el día de la marcha de Julián. Ambos prometieron escribirse continuamente, y al regreso del chico, casarse. La despedida fue dura para ambos,  sin embargo, tenían la ilusión de volver a verse pronto.
El tiempo fue avanzando, y las cartas de Julián cada vez eran menos frecuentes, pues tenía mucho trabajo y apenas podía descansar, hasta que un día, Aurora dejó de recibir noticias de él. Los años iban avanzando a gran velocidad, y Aurora conoció a un nuevo joven con el que se casó y tuvo una preciosa hija, pero, el destino fue cruel y la dejó viuda cuando su pequeña tan solo tenía cinco años.
Un día de 1954, mientras paseaba con su hija por las calles de la ciudad, sus despistados pasos la condujeron a una fachada roja que le resultaba familiar, era el  antiguo café; se quedó quieta frente a la puerta durante unos instantes, hasta que finalmente entró. Atravesó la puerta y dirigió sus ojos al lugar en que solía sentarse por las tardes a charlar con aquel joven rubio de ojos claros y de nombre Julián. Tenía la esperanza de verle allí sentado, sin embargo la silla estaba vacía.
-Hace muchos años que no viene por aquí- dijo el mismo camarero de siempre al que ya se le notaban los años. El hombre había reconocido a Aurora al instante. Ambos intercambiaron una sonrisa de complicidad.
-Lo último que supe de él es que pilotó aviones en la Guerra de Corea, por lo que su padre me dijo, él pilotaba aviones americanos, pero ya sabes cómo es ese hombre, miente más que habla- dijo el camarero con su ronca voz. Aurora estaba sorprendida, no tenía ni idea de aquello. Ambos siguieron hablando durante un rato, y el camarero llegó a la conclusión de que el joven Julián había fallecido durante aquella guerra.
Finalmente, Aurora y su hija abandonaron el café y pusieron rumbo a su casa. Ella iba sumida en sus pensamientos, entristecida profundamente por la noticia que el camarero le había revelado. Ahora todo tenía sentido, por eso había dejado de escribirla.
Atravesó la calle con su hija de la mano, y por fin llegaron a su casa.
Al día siguiente, regresó para hacer una pequeña visita a su amigo el camarero, un hombre mayor y de pelo blanco. El hombre siempre se mostraba agradecido de ver nuevamente caras conocidas, y le gustaba hablar con Aurora, como si de su hija se tratase. Aurora cogió por costumbre regresar al café para charlar con su amigo el camarero. Así, pasadas unas semanas, Aurora y su pequeña llegaron una vez más hasta la puerta del café, entraron, y miró como de costumbre, a la mesa que había junto a la ventana. Su cuerpo se paralizó durante unos instantes, no podía creer lo que estaba viendo. Allí sentado, como si hubiera estado siempre, había un hombre de pelo claro y uniforme. Aquel hombre levantó la vista y sus ojos se iluminaron. Se le notaban los años, pero Aurora se dio cuenta al instante de que se trataba de Julián, estaba vivo, no podía creer que aquello fuera real. No tardaron en ponerse al día, y Julián explicó a Aurora porque no había vuelto a escribirla. Durante la Guerra no era fácil comunicarse, y durante el último año, Julián había sido herido de gravedad tras sufrir un accidente aéreo, pero ni la guerra ni el accidente frenaron sus ganas de seguir viviendo y de regresar a aquel café de paredes rojas para reunirse una vez más con Aurora y ya no separarse nunca de su lado.