martes, 14 de marzo de 2017

LA CALLE DEL AHORCADO

Entre las laberínticas calles de la antigua ciudad las leyendas se perdían como palabras arrastradas por el viento. Cada rincón, cada casa y cada callejuela albergaban algún tipo de misterio. Los escépticos dirán que no son más que historias inventadas o que la gente que las vivió estaba loca, pero se equivocan; os traigo una historia, tan cierta como que estás respirando en este momento. Nos situamos en una estrecha vivienda de la “Calle del ahorcado”; dicho lugar está compuesto por varios pisos, aunque la mayoría de ellos están deshabitados, tan solo tres se encuentran ocupados. Frente a la casa, hay un árbol; se trata de un árbol con una forma peculiar y que recibe el mismo nombre que la calle.

Llegué a este peculiar lugar casi por accidente, cuando curioseando por las calles de la ciudad me perdí; acabé frente a un estrecho callejón, donde el silencio era escalofriante, pues ni siquiera se escuchaban pájaros en aquella espléndida mañana de primavera. Una estrecha y antigua casa de paredes amarillas llamó mi atención. Me acerqué lentamente a ella, y vi que la puerta estaba abierta. Un hombre no muy alto y bastante fuerte salió del lugar con expresión de pocos amigos. En la boca llevaba un cigarrillo, que solo se sacó para, de una manera un tanto grosera, echarme  del lugar. El destino quiso que pasados unos meses, y por motivos personales, me viera obligada a alquilar una casa. Encontré una con un precio muy asequible y en un lugar tranquilo, mi sorpresa fue que el piso que había alquilado se hallaba dentro de aquel viejo edificio.
Tardé unas cuantas semanas en acostumbrarme al lugar, ya que me resultaba un poco inquietante.  Los vecinos eran extraños; en el quinto piso vivía una anciana mujer que vagaba por los pasillos como si de un espíritu se tratase, era amable, pero un tanto extraña; en el tercero, en frente de mi casa, vivía una pareja de unos cincuenta años, eran personas frías y algo bordes. Finalmente, en el cuarto piso, vivía el hombre que vi salir la primera vez que me acerqué a la casa. Por lo demás, el edificio estaba completamente abandonado.
               Una mañana, cuando volvía de la calle entre a mi vivienda, como de costumbre; me dirigí a la ventana del salón, descorrí las cortinas, y abrí, era un bonito día de primavera.  Fui a prepararme un té, y cuando regresé me senté en el pequeño sofá, junto a la ventana. Horrorizada tiré la taza de té, las manos se me habían quedado sin fuerza. En el árbol de enfrente había un hombre, un hombre ahorcado. Su cuerpo giraba movido por el leve viento; cuando le vi la cara me di cuenta de que se trataba del hombre del cuarto piso. Me quedé paralizada unos instantes, hasta que alguien llamó a la puerta. Temblorosa me dirigí hasta ella y abrí; se trataba de la anciana del quinto.
-Jovencita, ¿Sería tan amable de prestarme un poco de aceite?, se me ha gastado y no tengo más- dijo la mujer. Yo asentí. Estaba temblando.
-¿Te encuentras bien?- preguntó la mujer. Yo negué con la cabeza.
-Hay que llamar a la policía, el hombre del cuarto…- comencé a decir, pero la mujer me interrumpió.
-¿El hombre del cuarto?, no vive nadie en el cuarto piso querida- dijo la mujer.  Pensé que a la mujer debía de fallarle la memoria.
-Si, el señor que siempre va fumando, que es bajito; el de la camisa a cuadros- dije- mire, está ahí- dije conduciendo a la mujer hasta la ventana. Para mi sorpresa, en el árbol ya no había nadie, ¿me lo habría imaginado?, no, estaba segura de lo que había visto.
-Me temo que hace años que esa casa esta vacía. El hombre que describes vivió una vez aquí, hace casi cincuenta años de eso… pobre infeliz, estaba completamente loco, acabó colgándose del árbol- dijo la mujer con una expresión de tristeza, pero sin dar importancia a sus palabras.
-¿En aquel árbol?- pregunté señalándolo. La anciana asintió.
-Por eso aquí le conocen como el árbol del ahorcado- dijo la mujer. Hubo una pausa. Y la anciana continúo hablando –Así que… ¿le has visto? , no eres la primera. Cada vez que va a haber una desgracia alguien le ve. Antes este edificio estaba lleno de gente, hasta que uno a uno…  fueron muriendo en extrañas circunstancias- la anciana se separó de mí y cogió la botella de aceite que yo había dejado sobre la mesa de la cocina. – Te aconsejo que te andes con ojo, aquel hombre asesinó a toda su familia, si le vuelves a ver, ignórale, tal vez así no te pase nada- dijo la mujer de manera despreocupada; después, salió por la puerta.
Ya no me sentía segura en la casa, el miedo y la angustia se apoderaba de mí. Lo peor fue cuando la noche comenzó a caer. La oscuridad envolvía la casa. Estaba tremendamente agotada, así que me fui a dormir temprano intentando no pensar en lo que había pasado durante el día, intenté convencerme de que nada había sido real.
Sobre las tres de la mañana me desperté sobresaltada, me sentía observada. Encendí la tenue luz de la mesita de noche y vi una sombra en el pasillo. Me asusté y me escondí bajo las sábanas. Noté que la cama se hundía a los pies, como si alguien se hubiera sentado. Me destape la cabeza y atemorizada observé al hombre del cuarto piso allí sentado. Tenía las manos ensangrentadas, y una expresión de furia dibujada en el rostro. Me asusté tanto que no tuve fuerzas ni para gritar. De repente, la bombilla de la lámpara que tenía encendida, estalló, y un escalofrío recorrió mi cuerpo.
No dormí en toda la noche, estaba asustada, y me jure que aquel sería el último día que pasaba en aquel  fantasmagórico lugar. A la mañana siguiente, cuando me dispuse a salir del piso para comunicar a la agencia que no iba a vivir más tiempo allí, vi algo que me espantó completamente. La puerta de la vivienda de enfrente estaba abierta. Huellas de manos ensangrentadas cubrían las paredes de la vieja casa. Me adentré un poco en la casa, y descubrí dos cadáveres. El de la mujer estaba descuartizado, y el del hombre estaba colgado de una viga de madera. Salí de aquel piso corriendo. En la puerta, me encontré con la anciana del quinto piso.
-Te dije que iba a suceder una desgracia- dijo la mujer – vete, antes de que seas la siguiente- me advirtió de manera muy seria.
-¿Y usted?, ¿no piensa marcharse?- pregunté alterada. La mujer esbozó una leve sonrisa y negó con la cabeza.
-Debí marcharme hace mucho tiempo, ya no tendría sentido. Los muertos ya no podemos morir- dijo la anciana. Sentí como la sangre huía de mi rostro. Sinceramente, no creí lo que aquella mujer decía, pensé que estaba algo trastornada, hasta que me di cuenta de un detalle. El viejo y roto espejo que formaba parte del pasillo del edificio, solo me reflejaba a mí. Allí no había nadie más. Salí del lugar a toda prisa y jamás regresé.


Nunca le conté a nadie lo que había vivido estando allí dentro, hasta que ahora, pasados los años, los fantasmas que habitaban en aquel edificio de paredes amarillas han regresado a mi memoria.