Entre las
laberínticas calles de la antigua ciudad las leyendas se perdían como palabras
arrastradas por el viento. Cada rincón, cada casa y cada callejuela albergaban
algún tipo de misterio. Los escépticos dirán que no son más que historias
inventadas o que la gente que las vivió estaba loca, pero se equivocan; os
traigo una historia, tan cierta como que estás respirando en este momento. Nos
situamos en una estrecha vivienda de la “Calle del ahorcado”; dicho lugar está
compuesto por varios pisos, aunque la mayoría de ellos están deshabitados, tan
solo tres se encuentran ocupados. Frente a la casa, hay un árbol; se trata de un
árbol con una forma peculiar y que recibe el mismo nombre que la calle.
Llegué a
este peculiar lugar casi por accidente, cuando curioseando por las calles de la
ciudad me perdí; acabé frente a un estrecho callejón, donde el silencio era
escalofriante, pues ni siquiera se escuchaban pájaros en aquella espléndida
mañana de primavera. Una estrecha y antigua casa de paredes amarillas llamó mi
atención. Me acerqué lentamente a ella, y vi que la puerta estaba abierta. Un
hombre no muy alto y bastante fuerte salió del lugar con expresión de pocos
amigos. En la boca llevaba un cigarrillo, que solo se sacó para, de una manera
un tanto grosera, echarme del lugar. El
destino quiso que pasados unos meses, y por motivos personales, me viera
obligada a alquilar una casa. Encontré una con un precio muy asequible y en un
lugar tranquilo, mi sorpresa fue que el piso que había alquilado se hallaba dentro
de aquel viejo edificio.
Tardé unas
cuantas semanas en acostumbrarme al lugar, ya que me resultaba un poco
inquietante. Los vecinos eran extraños;
en el quinto piso vivía una anciana mujer que vagaba por los pasillos como si
de un espíritu se tratase, era amable, pero un tanto extraña; en el tercero, en
frente de mi casa, vivía una pareja de unos cincuenta años, eran personas frías
y algo bordes. Finalmente, en el cuarto piso, vivía el hombre que vi salir la
primera vez que me acerqué a la casa. Por lo demás, el edificio estaba completamente
abandonado.
Una mañana, cuando volvía de la
calle entre a mi vivienda, como de costumbre; me dirigí a la ventana del salón,
descorrí las cortinas, y abrí, era un bonito día de primavera. Fui a prepararme un té, y cuando regresé me
senté en el pequeño sofá, junto a la ventana. Horrorizada tiré la taza de té,
las manos se me habían quedado sin fuerza. En el árbol de enfrente había un
hombre, un hombre ahorcado. Su cuerpo giraba movido por el leve viento; cuando
le vi la cara me di cuenta de que se trataba del hombre del cuarto piso. Me
quedé paralizada unos instantes, hasta que alguien llamó a la puerta.
Temblorosa me dirigí hasta ella y abrí; se trataba de la anciana del quinto.
-Jovencita, ¿Sería
tan amable de prestarme un poco de aceite?, se me ha gastado y no tengo más-
dijo la mujer. Yo asentí. Estaba temblando.
-¿Te
encuentras bien?- preguntó la mujer. Yo negué con la cabeza.
-Hay que
llamar a la policía, el hombre del cuarto…- comencé a decir, pero la mujer me interrumpió.
-¿El hombre
del cuarto?, no vive nadie en el cuarto piso querida- dijo la mujer. Pensé que a la mujer debía de fallarle la
memoria.
-Si, el
señor que siempre va fumando, que es bajito; el de la camisa a cuadros- dije-
mire, está ahí- dije conduciendo a la mujer hasta la ventana. Para mi sorpresa,
en el árbol ya no había nadie, ¿me lo habría imaginado?, no, estaba segura de
lo que había visto.
-Me temo que
hace años que esa casa esta vacía. El hombre que describes vivió una vez aquí,
hace casi cincuenta años de eso… pobre infeliz, estaba completamente loco,
acabó colgándose del árbol- dijo la mujer con una expresión de tristeza, pero
sin dar importancia a sus palabras.
-¿En aquel
árbol?- pregunté señalándolo. La anciana asintió.
-Por eso aquí
le conocen como el árbol del ahorcado- dijo la mujer. Hubo una pausa. Y la
anciana continúo hablando –Así que… ¿le has visto? , no eres la primera. Cada
vez que va a haber una desgracia alguien le ve. Antes este edificio estaba
lleno de gente, hasta que uno a uno… fueron
muriendo en extrañas circunstancias- la anciana se separó de mí y cogió la
botella de aceite que yo había dejado sobre la mesa de la cocina. – Te aconsejo
que te andes con ojo, aquel hombre asesinó a toda su familia, si le vuelves a
ver, ignórale, tal vez así no te pase nada- dijo la mujer de manera
despreocupada; después, salió por la puerta.
Ya no me
sentía segura en la casa, el miedo y la angustia se apoderaba de mí. Lo peor
fue cuando la noche comenzó a caer. La oscuridad envolvía la casa. Estaba
tremendamente agotada, así que me fui a dormir temprano intentando no pensar en
lo que había pasado durante el día, intenté convencerme de que nada había sido
real.
Sobre las tres
de la mañana me desperté sobresaltada, me sentía observada. Encendí la tenue
luz de la mesita de noche y vi una sombra en el pasillo. Me asusté y me escondí
bajo las sábanas. Noté que la cama se hundía a los pies, como si alguien se
hubiera sentado. Me destape la cabeza y atemorizada observé al hombre del
cuarto piso allí sentado. Tenía las manos ensangrentadas, y una expresión de
furia dibujada en el rostro. Me asusté tanto que no tuve fuerzas ni para
gritar. De repente, la bombilla de la lámpara que tenía encendida, estalló, y
un escalofrío recorrió mi cuerpo.
No dormí en
toda la noche, estaba asustada, y me jure que aquel sería el último día que
pasaba en aquel fantasmagórico lugar. A
la mañana siguiente, cuando me dispuse a salir del piso para comunicar a la
agencia que no iba a vivir más tiempo allí, vi algo que me espantó completamente.
La puerta de la vivienda de enfrente estaba abierta. Huellas de manos
ensangrentadas cubrían las paredes de la vieja casa. Me adentré un poco en la
casa, y descubrí dos cadáveres. El de la mujer estaba descuartizado, y el del
hombre estaba colgado de una viga de madera. Salí de aquel piso corriendo. En
la puerta, me encontré con la anciana del quinto piso.
-Te dije que
iba a suceder una desgracia- dijo la mujer – vete, antes de que seas la
siguiente- me advirtió de manera muy seria.
-¿Y usted?,
¿no piensa marcharse?- pregunté alterada. La mujer esbozó una leve sonrisa y
negó con la cabeza.
-Debí
marcharme hace mucho tiempo, ya no tendría sentido. Los muertos ya no podemos
morir- dijo la anciana. Sentí como la sangre huía de mi rostro. Sinceramente,
no creí lo que aquella mujer decía, pensé que estaba algo trastornada, hasta
que me di cuenta de un detalle. El viejo y roto espejo que formaba parte del
pasillo del edificio, solo me reflejaba a mí. Allí no había nadie más. Salí del
lugar a toda prisa y jamás regresé.
Nunca le
conté a nadie lo que había vivido estando allí dentro, hasta que ahora, pasados
los años, los fantasmas que habitaban en aquel edificio de paredes amarillas
han regresado a mi memoria.