martes, 27 de junio de 2017

EL CASTILLO SIN SOMBRA

María Iruela
Fotografía: María Iruela
Era una alargada torre alzada sobre un campo llano, camuflada en la roca y alejada de todo. Sin embargo, aquella torre tenía una gran peculiaridad y es que nunca tenía sombra. Este hecho, como no podía ser de otra manera, contaba con una leyenda. Un día, hace mucho tiempo, en aquella torre vivía un rey, sin duda, era el más valeroso de todos los tiempos, lo que le había llevado a ganar innumerables batallas. Pero dicho rey tenía un gran defecto: la avaricia. Entre las torres del castillo se acumulaban montañas de monedas de oro, y toda clase de lujos; mientras él guardaba todo esto como si fuera su mayor tesoro, las gentes de su pueblo vivían en la más absoluta miseria. Una mañana, envuelta en viejos harapos y deslumbrada por el brillante sol, una mujer llegó hasta las puertas del castillo, pues había estado caminando tres horas desde el pueblo. Ella estaba gravemente enferma, al igual que la gran mayoría de los aldeanos ya que no tenían dinero para alimentarse. La mujer le rogó   que ayudara a su pueblo, tan solo una pequeñísima parte del oro que tenía podía salvar a toda la población. El rey, muy ofendido trató de expulsar a esta extraña del castillo sin tan siquiera considerar su propuesta. Cuando la mujer se hallaba en la puerta, antes de marcharse le lanzó una maldición.  Para ella, el rey carecía de alma y corazón, pues su avaricia le cegaba por completo, así que ella juró que haría lo mismo con el castillo, arrebataría la sombra de este. Además, condenó al rey a ser eterno y no poder salir nunca del castillo, haciendo que todo el oro que poseía perdiera su valor por completo. Este, se puso tan furioso que acabó enloqueciendo; al principio le suplicó a la bruja que le devolviera a la normalidad, y ella y a cambio recibiría lo que había pedido, pero esta, desconfiada y conociendo las verdaderas intenciones de su majestad, no le ofreció una segunda oportunidad. Pasaron los años, y a ojos de todos, el rey y no existía, pues era un viejo loco atrapado en una torre; poco a poco, los altos muros fueron quedando abandonados, pues todos se habían marchado.

Hoy en día, el castillo continúa sin tener sombra, y aquel avaro rey se encuentra atrapado dentro de este, rodeado de monedas, pero totalmente solo.

lunes, 26 de junio de 2017

EL ÁNGEL QUE CORONA METRÓPOLIS

Fotografía: María Iruela
Fotografía: María Iruela
Un día de 1910, en las calles de Madrid sucedió algo insólito, algo tan extraño que dejo a todos los habitantes desconcertados a la par que maravillados, pero también asustados. Del azulado cielo madrileño descendió una figura perfecta y celestial, se trataba de un ángel. Sus facciones eran delicadas, pero lo que realmente llamaba la atención eran sus enormes y azuladas alas. Algunos exclamaron de admiración, mientras que otros lo hicieron de terror, pues no sabían qué clase de criatura podía ser aquella; pero lo que más les inquietaba era no conocer sus intenciones. ¿Había bajado del cielo? ¿O venía del infierno?  Ella intentó contarles a las gentes que allí se hallaban, que se había escapado del cielo porque conocer el mundo terrenal le parecía algo fascinante, una auténtica aventura. Pero entonces otro ángel más mayor, casi anciano,  bajo de allí. Estaba furioso por que la joven Marely, que así se llamaba, había desobedecido sus órdenes de permanecer en el cielo velando por todos, pues ella era la encargada de proteger la ciudad de Madrid. La chica intentó explicarle que solo quería bajar por curiosidad y que no podía velar por una ciudad que no conocía. Pero el otro ángel no la escuchó y como castigo decidió dejarla allí para toda la eternidad. Sobre una oscura cúpula de adornos dorados, como recién bajada del cielo quedó la joven Marely para siempre, convertida en piedra y contemplando toda la ciudad a sus pies, y es que, como suele decirse, de Madrid al cielo.

domingo, 25 de junio de 2017

EL MONASTERIO

Atravesó el encantador paseo cubierto de árboles que conducía hasta su destino. Era un lugar peculiar, allí se respiraba paz; una paz tan profunda que parecía estar bajo un embrujo. Se adentró en el lugar y admiró la belleza y la perfección con la que se había construido tanto tiempo atrás. Cada piedra que construía aquel lugar tenía una historia, un misterio, un secreto por descubrir.
Fotografía: María Iruela
Era una luminosa noche de verano con una luna llena tan grande como nunca antes se había visto. Se decía que aquella noche el monasterio se llenaba con las almas de todos los que habían perecido entre sus muros; sin embargo, dichas almas eran temidas por los monjes que allí vivían, pues se decía que habían olvidado quienes fueron en vida y su único propósito era atraer a las personas hasta aquel desconocido mundo.
Así pues, la noche del 23 de junio los monjes llenaron el monasterio de velas y rezaron para que las almas de los muertos descansaran y no truncaran la vida de nadie. La noche cayó, y cada uno de ellos se retiró a su habitación para descansar; también pidieron a todos los que allí se alojaban temporalmente que permanecieran ocultos, pues no querían que la vida de nadie saliera perjudicado. Así lo hicieron, todos excepto uno, un joven curioso. Pasaban las horas y el monasterio permanecía tan tranquilo y silencioso como de costumbre, hasta que unos delicados pasos pasaron por el pasillo. Todo el mundo los oyó, pero tan solo uno se atrevió a seguirlos, el muchacho. Abrió la puerta de su pequeñísima habitación y asomó la cabeza. Aquella figura se giró para observarlo, y le contempló con sus grandes ojos, que parecían dos lunas llenas. El vestido que la cubría parecía cosido con una suave tela formada a partir de la luz de la luna, y su cabello negro, que resaltaba sobre el blanco rostro, parecía el mismísimo cielo.
-¿Quién sois?- preguntó el joven casi hechizado ante aquella imagen. La mujer le sonrió.
-Yo también viví aquí. Caí enferma y prometieron curarme, pero no lo lograron- su voz era melodiosa  y transmitía la misma paz que se respiraba en el pequeño monasterio.
-Las almas os llevaron una noche como esta, ¿no es así?- preguntó el joven intrigado. Ella sonrió con tristeza y negó - ¿Pero la leyenda es cierta?- preguntó nuevamente.
-Todas las leyendas tienen su parte de verdad- dijo ella mientras continuaba avanzando por los pasillos.
-Decidme entonces, cuál es la verdadera razón por la que os halláis aquí –
-Si lo supiera os lo diría. Hay ánimas que al cabo del tiempo desaparecen, mientras que otras nuevas van llegando. Yo, por el contrario, permanezco aquí constantemente-dijo ella mientras atravesaba con la mano una de las llamas de las velas sin quemarse. Avanzaron hasta un pequeño jardincito situado en el centro del monasterio, el cual, se hallaba presidido por una pequeña fuente de agua cristalina.
-Todas las noches camino por aquí sin ser vista;
 Vigilando, como la luna vigila
a las brillantes estrellas que iluminan tu vista.

Soy fría como el hielo y transparente como el viento,
junto a la pequeña fuente, cada noche me aparezco-

Tras decir esto, la figura desapareció y el cansancio llegó repentinamente a al joven, el que no podía parar de pensar en aquella ánima, que más que un fantasma, parecía un ángel.

A la mañana siguiente el chico recordaba lo sucedido, pero no sabía si se había tratado de un sueño, o había sido real, pues no recordaba cómo había llegado al dormitorio. Aquella misma noche decidió atravesar los pasillos del monasterio y esperar junto a la fuente para comprobar si todo había sido real, pero sus ojos no captaron ni a nada, ni a nadie; sin embargo, si el muchacho hubiera mirado el reflejo del agua, habría visto aquellas dos lunas plateadas observar la noche estrellada y guardar el monasterio.

viernes, 16 de junio de 2017

LOS PÉTALOS AZULES

Año tras año, absolutamente todos los días, llegaba un pequeño sobre con pétalos de rosa de color azul. Pasaron los años, los siglos, y aquella tradición continuaba. Un día le pregunté a mi abuela a que se debía, ella me miró sorprendida y me contó que aquello era una promesa que un día había hecho un joven a su amada cuando estos se vieron obligados a separarse, pues él fue llamado para luchar.
La joven chica, Gadea, vivía en una pequeña casa en el monte, junto a su viuda madre y sus siete hermanos, tres varones, los más jóvenes y cuatro muchachas de las cuales ella era la segunda más mayor. Desde pequeña le había llamado la atención una casa que había cercana a la suya, pues se trataba de una pequeña vivienda de paredes blancas, pero repletas de unas peculiares rosas de pétalos azules. Un día conoció al joven huérfano que allí vivía junto a sus abuelos maternos, su nombre era Rodrigo. Se enamoró perdidamente de él, y el de ella. Pronto hicieron planes de boda, pero estos se vieron truncados por culpa de la guerra que enfrentaba al rey con su hermano. Rodrigo, al ser un joven plebeyo, fue llamado para luchar en el ejército. Por lo cual, no pudieron casarse antes de que este partiera, pero a cambio, hicieron una promesa; por cada día que estuvieran separados, él le enviaría a Gadea un pétalo de aquellas rosas que tanto le fascinaban, ya que Rodrigo era capaz de hacerlas crecer de la nada como por arte de magia.

Así pues cada día que pasaba, una paloma blanca traía atado un pequeño sobre con los pétalos azules, hasta que un día la paloma no apareció. Gadea se temió lo peor. Al día siguiente, la paloma regresó nuevamente, pero está vez tan solo había un pétalo dentro; se trataba de un pétalo enorme, precioso, pero partido por la mitad. El sobre que traía la paloma contenía todos los días lo mismo. No tardaron en comunicarle a Gadea que Rodrigo hacía semanas que había sido asesinado. Ella lloró su muerte amargamente, sin embargo, alguien seguía enviándole aquel azulado pétalo partido. Pasaron los años y la tradición continuaba, hasta que un día, cuando Gadea alcanzó una edad muy avanzada, murió en aquella misma casa. Tras la muerte de Gadea, una paloma blanca seguía llevando hasta el lugar el sobre con el pétalo, pero ahora ya no estaba partido. Era un pétalo suave, grande, brillante y unido, como ya lo estaban Rodrigo y Gadea.

jueves, 15 de junio de 2017

LAS ÁNIMAS

Se trataba de un pequeño pueblo oculto cerca de los acantilados gallegos, como tantos otros. Sus casitas de piedra y su multitud de flores de colores le daban al lugar un aspecto alegre y lleno de vida; el sonido de las olas al chocar contra las rocas resultaba de lo más agradable. A simple vista parecía un sitio acogedor y bonito, pero común, ninguno de los viajeros que pasaba por allí de vez en cuando habría sospechado que aquellas calles habían sido testigos de espeluznantes historias y que el misterio era su principal característica.
El cielo se había teñido de colores anaranjados para dar paso a la oscura noche; los tres amigos, Marco, Martín y Venus, como cada tarde, se habían ido por la parte del pueblo que se hallaba más oculta entre los árboles, ya que allí siempre corría una leve brisa marina que ayudaba a soportar el sofocante calor que en aquellos días se ceñía sobre el lugar. Solían pasar el rato en un pequeño parque que hacía mucho que ya nadie pisaba, pues desde que habían creado el nuevo, aquel había quedado totalmente solo. Estaban allí, charlando como de costumbre cuando escucharon un ruido entre las ramas. Martín pensó que sería un animal y no le dio importancia, pero Venus aseguró a los dos muchachos que se trataba de una persona, ya que había visto a la perfección su silueta entre la maleza. Marco decidió levantarse a mirar, ya que pensaba que podía tratarse de su hermano pequeño, que en más de una ocasión le había seguido a él y a sus amigos con la intención de quedarse con ellos, o simplemente para jugar a espiarles.
Marco vio  ante sí algo que le desconcertó. Era una chica joven, no tendría más de veinticinco años, iba vestida con un largo vestido blanco; su pelo era largo, rizado y castaño, lo cual resaltaba mucho, ya que su piel era pálida y sus labios rojos como la sangre; sus ojos, verdes esmeralda, tenían un brillo peculiar, tan peculiar, que al joven chico le recorrió un escalofrío. La joven le observó detenidamente, a él, y a sus dos amigos que se hallaban a las espaldas de Marco. La luz rojiza del sol le daba unos toques anaranjados al pelo de aquella chica. Los tres amigos se miraron extrañados, pues sabían que aquella joven no era del lugar.
-¿Quién eres?- preguntó Martín, ya que por el extraño comportamiento de la joven, pensaba que quizás podía haberse perdido. La chica no le contestó. Se limitó a sonreírle y se dio la vuelta para caminar entre los árboles. Venus se había quedado igual de pálida que aquella extraña muchacha; estaba segura de que se trataba de un fantasma, no era la primera vez que veía aquel rostro, recordaba perfectamente haberlo visto en una fotografía de una de las tumbas del pequeño cementerio; pero claro, si les decía eso a sus amigos probablemente se reirían de ella y la dirían que estaba loca y que eso era imposible. Aunque lo peor que podía pasarle era que la condenaran, como les había sucedido a otras chicas, en su mayoría mujeres de aquel pueblo y de muchos otros. Los tres amigos la perdieron de vista enseguida, pero hasta ellos llegó un desgarrador chillido que les sobrecogió. El cielo cada vez se iba oscureciendo más, pero aun así, decidieron ir a ver qué había pasado. Comenzaron a caminar entre la maleza a toda velocidad buscando a la joven para intentar ayudarla. No la encontraron, tan solo hallaron un trozo del vestido enganchado en una zarza, y cubierto de sangre.
-Esto me da mala espina- dijo Venus.
-No podemos irnos, ¿y si está herida?- dijo Marco recogiendo el cacho de tela. Ambos miraron a Martín para ver qué opinaba, pero el chico estaba pálido y con la mirada perdida.
-¿Martín? ¿Te encuentras bien?- le preguntó Venus alarmada al ver la cara del muchacho. El chico negó con la cabeza.
-¿No lo oís?- dijo con la voz quebrada. Venus y Marco se miraron alarmados, ellos no escuchaban nada.
-¿Oír qué?- preguntó Marco acercándose a su amigo.
-La voz- Marco y Venus se miraron aterrados no sabían si su amigo había perdido la cabeza, o realmente estaba sucediendo algo extraño. En aquel momento las campanas empezaron a sonar de manera continua.
-Martín. No está sonando nada, ¿Qué te pasa?- dijo Marco al ver que su amigo seguía con la mirada perdida.
- La voz canta, las campanas doblan por los muertos. Los muertos que vienen a llevarse las vidas que les pertenece- dijo Martín mirando a sus amigos al fin, pero con ojos llorosos.
-Pensé que eso era una leyenda- dijo Venus asustada. Marco se giró para mirarla.
-Sí, yo también. Creo que lo mejor es que volvamos a casa. Martín, no digas nada de la voz que escuchas, ¿me has entendido?, recuerda lo que le pasó al último que…- comenzó a decir Marco, pero Venus le interrumpió.
-Marco, se van a dar cuenta. Enloquecerá  como los otros- dijo la chica preocupada. Continuaron hablando mientras caminaban para llegar al pueblo. Una vez allí vieron que toda la gente había salido a la calle. Todos estaban alarmados, las campanas estaban sonando solas. De repente, todo se quedó en un profundo silencio, coincidiendo con el instante en el que el sol se escondía tras las montañas, dejando paso a la noche. El silencio no duró mucho, ya que unos tambores comenzaron a resonar a lo lejos, el sonido provenía del mismo lugar del que los tres amigos habían venido. En aquel instante todos corrieron a esconderse dentro de sus casas. Los tres amigos no entendían muy bien que era lo que estaba sucediendo, pero hicieron como los demás, y se ocultaron en casa de Venus, que era la más cercana. Iban a entrar por la puerta, cuando Venus vio algo que la sobrecogió. Era la chica que habían visto entre los árboles, pero su aspecto era totalmente diferente, ya no vestía la misma ropa, y su piel no era tan pálida. Parecía una más del pueblo.
Venus se había quedado allí intentando entender la escena, cuando Marco la empujó dentro de la casa a toda prisa, pues unas altas figuras encapuchadas acompañadas del sonido del tambor, subían por la calle. Los dos amigos se asomaron a una de las ventanas, mientras que Martín, que continuaba aturdido y repitiendo palabras sin sentido, estaba sentado en el sofá con un vaso de agua entre las manos. Los chicos, casi escondidos continuaban observando aquella inquietante procesión que había surgido de la nada, hasta que a sus espaldas, el ruido de un cristal romperse sobre el suelo les sobresaltó. Martín ya no estaba en el sofá, había desaparecido, se había esfumado. Venus y Marco se miraron asustados, no entendían que había sucedido, hasta que Marco agarró a Venus del brazo fuertemente, Está se giró para decirle que la estaba haciendo daño, pero vio cómo su amigo observaba aterrado a través de la ventana. Venus siguió con la mirada para ver que observaba Marco con esa expresión de terror, y lo vio. Allí, como si hubiera estado siempre, su amigo Martín iba encapuchado y formando parte de la procesión, a su lado estaba el mismo rostro que hacía tan solo un rato había visto. Entonces la abuela de Venus, que estaba sentada en una enorme butaca, habló a los chicos sobresaltándoles, pues no se habían dado cuenta de su presencia. Tan solo dijo una frase que a ambos les heló la sangre:
-Las ánimas se llevan las vidas que les pertenecen-.
Lo cierto era que Martín había burlado a la muerte cuando una vez, hace un par de años, el muchacho había intentado establecer contacto con los muertos para burlarse y al ser descubierto culpó a otro chico del pueblo con el que mantenía una gran enemistad, acabando el pobre inocente quemado en la hoguera por práctica de brujería.

Al cabo del tiempo las ánimas habían regresado para llevarse al que una vez escapó de ellas.

jueves, 1 de junio de 2017

UN RECUERDO OLVIDADO

Fotografía: María Iruela
Había pasado por allí un millón de veces. Se trataba de una pequeña parcela que contaba con unas diez casas aproximadamente. Todas ellas eran idénticas, aunque por desgracia, unas siete de las bonitas casas se encontraban deshabitadas. Lo cierto es, que con el paso de los años habían ido adquiriendo un aspecto algo escalofriante; los tejados de pizarra negra le daban un aire de misterio a los abandonados jardines y los sucios cristales. Pasé por allí mil veces todos los veranos, pues solo frecuentaba aquella calle cuando me iba con mi abuela durante las vacaciones. Creía saber a la perfección cuales eran las casas deshabitadas y por qué se hallaban así, ya que detrás de cada casa, había una misteriosa historia. Una tarde tormentosa de verano, decidí salir a dar un pequeño paseo antes de que empezara a llover, tal y como las nubes estaban anunciando. Mi abuela vivía en la casa número tres, y la puerta de salida de la parcela, se hallaba en la otra esquina, enfrente de la diez. Como ya os habréis podido imaginar, recorrí la calle hasta alcanzar la puerta, pero aproximadamente a mitad del camino, algo llamó mi atención e hizo que frenara en seco. Allí, tras un sucio cristal había una figura, observándome fijamente. Intenté distinguir que era, hasta que mis ojos se encontraron con unos claros y brillantes ojos grises. Se trataba de un muchacho de apenas unos dieciocho años; su aspecto era descuidado, era muy delgado y parecía tener una parte del rostro ensangrentado. He de reconocer, que aquella imagen me sobrecogió por completo, y más porque pensaba que aquella casa, la número siete, se encontraba vacía desde hacía mucho tiempo. Intenté recordar lo que sabía sobre aquella casa, pero para mi sorpresa, mi mente fue incapaz de recordar su historia. No le di importancia, ya que pensé que aquel joven se había colado dentro, como tantos otros habían hecho solo por la curiosidad de ver que secretos hay ocultos entre aquellas paredes. Salí a dar el paseo tal y como tenía previsto, pero no pude borrarme la imagen del rostro ensangrentado y los desafiantes ojos grises observándome desde el otro lado.  Empecé a inquietarme cuando pensé que quizás aquel chico estaba herido y se encontraba demasiado débil como para pedir ayuda. Lo cierto es que su rostro no mostraba ningún signo de dolor, pero lo más prudente sería interrumpir mi paseo y regresar para ofrecerle mi ayuda.
Me di media vuelta y comencé a andar rápidamente para llegar hasta las casas. Una vez allí, abrí la puerta de la parcela y me deslicé dentro; anduve hasta la casa número siete, y vi que el chico de ojos grises ya no estaba en la ventana. Me acerqué hasta la puerta y llamé. Pasaron un par de minutos y nadie respondió al otro lado. Temí que aquel muchacho pudiera haberse desmayado, ya que la sangre podía provenir de un golpe en la cabeza. Me maldecí a mí misma por no haber actuado antes. Como nadie me abría la puerta, decidí ir por la parte de atrás y saltar la pequeña puerta del jardín perteneciente a esa casa.  El césped estaba quemado por el sol y había adquirido un tono amarillento. Las baldosas de la parte más cercana a la puerta estaban cubiertas por una gruesa capa de suciedad, mientras que la puerta de cristal que comunicaba la casa con aquel descuidado jardín, estaba rota. Me colé a través de aquel hueco y mis pies hicieron añicos los cristales que se encontraban en el suelo. Una ráfaga de viento me envolvió, haciendo parecer aquella escena más siniestra. Mientras atravesaba el comedor, que era la primera sala que había nada más entrar desde el jardín, llamé a aquel chico, pero no obtuve ninguna respuesta. Me dirigí hacia la cocina, ya que la ventana desde la que él me había observado se encontraba allí. Entré, y vi que la estancia estaba vacía. Ya sólo me quedaba mirar en la parte de arriba de la casa. ¿Dónde se habría metido?, igual se había marchado ya. También cruzó por mi mente la posibilidad de que aquel joven fuera un fantasma, al fin y al cabo, no sería la primera vez que me pasaba algo un tanto paranormal estando en aquel lugar. Descarté esa idea rápidamente, tras recordar que lo que yo había visto en otra ocasión fue tan solo una reacción psicológica provocada por el miedo que tenía en aquel instante.
Estaba parada frente a las escaleras, no sabía si debía subir y echar un vistazo, o pasar del tema y marcharme a casa, ya que estaba empezando a inquietarme, y la tormenta estaba ya encima haciendo retumbar los fuertes truenos por todas partes. Tal vez lo mejor sería ir a decírselo a mi abuela. Me había decidido a marcharme, cuando en el piso de arriba escuché pasos. Subí las escaleras lo más sigilosa que pude, tal vez le había asustado al colarme allí. Le busqué por las cuatro habitaciones que había, y no le encontré. Fue en aquel momento cuando me invadió una sensación de pánico. Quise bajar las escaleras a toda prisa, pero cuando miré, abajo, junto a ellas, estaba aquel chico inmóvil. Pude observar que iba totalmente lleno de agua, como si se hubiera caído en la piscina común de la parcela. Descarté la idea de que fuera mojado a causa de la lluvia, ya que no caía ni una sola gota. En aquel momento me arrepentí profundamente de haber entrado a la casa, pues era evidente que a aquel chico no le pasaba nada, es más, ni si quiera estaba segura de que la sangre que le cubría el rostro fuera suya. Sus ojos, llenos de furia se clavaron en mí, sin embargo decidió ignorarme y marcharse hacia la cocina. Acabe de bajar las escaleras y giré hacia el comedor lo más rápido que pude para escapar de allí.  Salí a toda prisa, y me dirigí a la casa de mi abuela. Cuando la anciana mujer me vio entrar por la puerta, detectó que algo me había pasado. Yo le relate la historia, aunque sabía que su respuesta seguramente sería regañarme por colarme en una casa ajena. Sin embargo, me equivoqué. Su rostro se quedó pálido.
-Veras, en aquella casa tuvo lugar una tragedia, probablemente una de las más espeluznantes que haya visto este lugar. Me sorprende que no lo recuerdes, tu tendrías unos siete años por aquel entonces, y lo viste con tus propios ojos- comenzó a narrar mi abuela.
-¿Qué yo lo vi?- pregunté extrañada. Mi abuela cerró los ojos y asintió muy despacio.
-Ya lo creo que lo viste, tú y la pequeña de aquella familia, erais muy amigas, estabais todo el tiempo juntas. Verás, aquel día, los padres de aquella familia se habían ido, y habían dejado al mayor de los hermanos, Víctor, al que tú describes, a cargo de sus dos hermanos pequeños, Adrián y Mara. Aquel chico nunca tuvo la cabeza en su sitio, sabe dios en que estaría pensando. Dejo a Adrián que se marchara sin preguntarle a donde, y bueno, tu estuviste por aquí jugando con Mara, concretamente, estabais sentadas en uno de los bancos cercanos a la piscina jugando con vuestras muñecas.  El caso es que Víctor metió en casa a un grupo de amigos, no sé qué es lo que sucedería, pero por alguna razón, empezó a discutir con uno de ellos, hasta tal punto que comenzó a golpearle en la cabeza y dejarle inconsciente. Recuerdo que tú me contaste que le viste salir de la casa furioso y tirando del otro chico mientras no paraba de golpearle, así que tanto tú como Mara vinisteis aquí para avisar. Se formó un gran revuelo, y cuando todos quisimos salir a ver qué pasaba vimos que tirado en el césped e inconsciente estaba el amigo con el que había comenzado a discutir. Mientras que en la piscina, flotando, y con la parte derecha del rostro ensangrentada, estaba Víctor. Le sacaron de allí, e intentaron reanimarle, pero nadie pudo hacer nada por salvarle. Después de aquello, y como es lógico, la familia se mudó a otro sitio lejos de aquí- concluyó mi abuela.
- Pero hay una cosa que no entiendo- dije, pero entonces mi abuela me cortó.
-No sabes cómo en un periodo tan corto de tiempo acabó muerto en el agua, ¿verdad?- yo asentí- veras querida, eso es algo que ni la policía ha podido explicar. Pensaron que podía haber sido uno de sus amigos, pero descartaron la opción, ya que todos huyeron despavoridos y en busca de ayuda cuando comenzó a golpear al otro muchacho. La otra opción que se barajó fue que se lo hubiera hecho el mismo, como ya te he dicho, nunca estuvo bien de la cabeza-. Me quedé paralizada y sin saber que decir, no entendía como había podido borrar algo así de mi mente, pues en mi cabeza no quedaba ni rastro de aquella familia.
-Claro, que eso no fue lo único que sucedió aquel día- dijo mi abuela. Yo me giré para mirarla sorprendida, ¿aún había más? – El otro hermano, Adrián, jamás regresó a casa. Nunca le han encontrado, nunca se ha sabido donde fue, y por qué no volvió. Como ya sabes, este lugar a veces parece que se traga a la gente- dijo mi abuela mientras bajaba la mirada. Por desgracia, tenía razón, allí la gente se esfumaba sin dejar rastro, y lo peor, es que sucedía más a menudo de lo normal, en especial, para ser un lugar tan pequeño. Hice una larga pausa mientras intentaba ordenar en mi mente todo lo que había visto, y todo lo que había escuchado.
-Pero abuela, entonces, ¿tú crees que lo que he visto es un fantasma?- dije preocupada, pues temía que pensara que estaba loca. Mi abuela me observó detenidamente y levantó una ceja.
-Naturalmente. Recuerda que aquí todo está siempre envuelto en misterio y cosas inexplicables- contestó ella con una gran seguridad.


Aquella fue la primera historia inquietante de muchas que tendrían lugar aquel verano.