jueves, 12 de octubre de 2017

UNA CASA DE CARDIFF

Hacía poco más de un mes que Deian se había mudado desde un pequeño pueblo hasta el centro de la capital galesa. Pasaba mucho tiempo solo dentro de la casa nueva, ya que a sus padres les había salido un nuevo trabajo y apenas tenían tiempo de ver a su hijo. Deian ya era lo suficientemente mayor como para poder quedarse solo y sin que sus padres tuvieran nada que temer,sin embargo,había algo que mantenía inquieto al joven, algo de lo que no podía hablar con nadie, ya que podían tomarle por loco. Desde el momento en que llegó, todas las noches tenía el mismo sueño. Como cada noche se puso el pijama y se metió en la cama, leyó un par de páginas del libro que tenía a medias, y enseguida se quedó dormido. Entre el frío de la noche y el crujir del suelo, el sueño volvía a repetirse. Deian se levantaba de su cama, inquieto y asustado, pues lo que le había despertado era una dulce y escalofriante melodía. Sus pies descalzos rozaban el suelo de madera sin hacer a penas ruido. Salía de su cuarto y bajaba lentamente las escaleras iluminado por una tenue luz que alguien se había dejado encendida. Caminaba hasta el tocadiscos y lo apagaba, dejando así la casa en el más absoluto silencio. Se giraba para subir las escaleras y volver a dormir, cuando a sus espaldas, atravesando el salón, observó a una vieja anciana de pelo rizado y gris caminar encorvada y arrastrando lo que parecía una sucia pala. Se aproximó hasta ella con cuidado para no ser visto, pero en aquel instante la mujer, que tenía un ojo castaño y otro azul, le miraba fijamente y le sonreía de manera aterradora. Era en aquel punto en el que siempre se despertaba. No lograba entender por qué desde el primer día que pusieron un pie en aquella casa, aquel sueño se le repetía tan constantemente.
Una mañana, cuando sus padres se marcharon a trabajar, el joven Deian decidió salir de su casa para pasar la mañana en la bahía y así despejarse. El otoño estaba siendo frío y lluvioso, se puso un jersey rojo y una bufanda, y encima se vistió con su típica chaqueta negra con capucha. Por suerte la lluvia aquella mañana no era muy fuerte y decidió no llevarse nada más para resguardarse del posible chaparrón. Cerró la casa con llave y avanzó hasta la pequeña puerta de salida.
-Buenos días Deian- dijo su vecino, el señor Blevins.
-Buenos días señor Blevins– dijo Deian con un golpe de voz. Su intención no era ser descortés, pero llevaba ya un tiempo inquieto y lo único que quería era marcharse de allí, en lugar de estar de conversación con su anciano vecino.
-¿Te encuentras bien hijo?, tienes mala cara, ¿no has dormido?- dijo el hombre acercándose hasta Deian. Entonces el joven tuvo una idea, si si sueño se repetía tanto debía e ser por algo, el Señor Blevins llevaba viviendo allí toda la vida, quizás él pudiera ayudarle.
- La verdad, Señor Blevins es que últimamente duermo mal, a decir verdad, a penas duermo. Tengo entendido que usted ha vivido aquí toda la vida, ¿cierto?-  preguntó el joven con una forzada sonrisa.
-En efecto. Esta siempre ha sido la casa de mi familia, ¿Por qué lo preguntas?-
- Verá, últimamente tengo un sueño, es siempre igual y parece muy real. En él aparece una mujer. ¿Quién vivió en esta casa antes de que llegáramos nosotros?- preguntó Deian con curiosidad.
-Escúchame bien, chico. Por esta casa han pasado muchísimas personas, todas se han marchado, pero no por lo que estás pensando. Hay gente que se muda constantemente.- dijo el hombre en un tono frio.
- Pero yo solo busco a una persona en particular. A una anciana- dijo Deian que fue rápidamente interrumpido por el señor Blevins.
-¿Una anciana? Puedo asegurarte, muchacho, que aquí nunca ha vivido ninguna anciana. Será mejor que no sigas con las preguntas, y que te olvides del tema- dijo el hombre que estaba alterándose cada vez más. Deian sabía perfectamente que aquel hombre le ocultaba algo, pero ¿Por qué?
El señor Blevins se metió rápidamente en su casa, sin dar la oportunidad a Deian de hacerle ninguna otra pregunta, aquello era algo muy extraño.
Tal como tenía pensado, pasó la mañana en la bahía, trató de relajarse y de olvidarse de todo, ya era hora de que las cosas fueran cambiando, no podía estar asustado como un niño pequeño cada vez que oscurecía y llegaba la hora de irse a dormir. Pasó allí casi todo el día, olvidándose de las comidas y de todo, hasta que empezó a anochecer y decidió volver a su casa antes de que sus padres se empezaran a preocupar. Cogió el autobús y no tardó mucho en llegar. Cuando entró a su casa sus padres estaban sentados en el salón con rostro serio.
-¿Qué has estado haciendo, Deian?- le preguntó su padre con el ceño fruncido. Deian se encogió de hombros y se quitó la chaqueta.
-He estado en la bahía, nada más-
-¿Nada más?, no quiero que vuelvas a molestar al señor Blevins con tus preguntas, ¿me has entendido?- dijo su padre furioso. Deian no comprendía nada.
-No le he molestado, era mera curiosidad, además, él empezó preguntándome primero- dijo el chico intentando defenderse.
-Mira Deian, no sé qué es lo que le habrás estado preguntando a ese hombre, pero ha venido a vernos muy alterado y exigiendo que dejes de hacer preguntas extrañas o los vecinos la tomarán contigo- dijo el padre lleno de ira. Deian cada vez entendía menos. No podía comprender como por una pregunta tan insignificante como la que le había hecho al señor Blevins, se había formado ese revuelo. Sin duda era la señal de que había algo importante. El chico subió con desgana y enfado a su habitación, tal vez los anteriores propietarios se habían marchado por la misma razón, pero si estaba en lo cierto, ¿Por qué solo él tenía esos sueños?, ¿Por qué a sus padres no les sucedía lo mismo?
Estaba tan cansado que ni si quiera se puso el pijama. Se tumbó encima de la cama y poco a poco fue quedándose dormido. Una vez más el sueño se repitió, pero esta vez fue un tanto diferente. Cuando bajó al salón y vio a la anciana arrastrando la pala, y esta le miró, le agarró de la mano y le dijo tres palabras que le helaron la sangre. “Él me mató”, Deian se asustó e intentó deshacerse de la mano de la mujer, que le estaba agarrando. Sin querer está cayó al suelo y tiró el sombrero del padre de Deian al suelo, ya que estaba apoyado en la mesa, junto a ellos dos. El chico subió a su habitación y se metió corriendo en la cama, y cuando creyó quedarse dormido, se despertó. Se incorporó. Tenía el corazón acelerado. Estiró el brazo y encendió una pequeña lucecita. ¿Aquellas pesadillas no iban a cesar nunca? Se frotó los ojos e intento relajarse. Pero el corazón se le encogió cuando escuchó una dulce melodía que provenía de la parte baja de la casa. Temblando e intentando no hacer ruido salió de su habitación para escuchar mejor. No había duda, la melodía era la misma que escuchaba en sus sueños. No sabía si bajar o volver a meterse en la cama, pero por alguna razón, decidió bajar, tal vez era la manera de acabar con esto.
Bajo lentamente los escalones hasta llegar al tocadiscos. Una vez allí, lo apagó, y todo sucedió igual que en su sueño. Una oscura y encorvada silueta atravesaba el salón para ir hacia la cocina, y después salir por la puerta. La mujer cargaba con la pala como de costumbre.
Deian se acercó un poco para comprobar que lo que estaba viendo era totalmente real  y no imaginaciones suyas. En aquel momento la mujer frenó en seco y dejo caer la pala. Se giró lentamente y miró a Deian. Su expresión era seria, no sonriente como en el sueño, pero lo que era idéntico era los ojos de cada color, algo que hacía que Deian no pudiera olvidar nunca su rostro. Con el ruido generado los padres del chico bajaron a toda prisa hasta donde se encontraba su hijo.
-¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí?, más vale que se vaya- amenazó su padre. La madre de Deian dio un paso hacia delante y después inundó la sala con un grito ensordecedor.
-Es un fantasma, es un fantasma- dijo la mujer agarrando fuertemente a su hijo.
-Él me mató- dijo la anciana. Después, desapareció como por arte de magia. La familia estaba conmocionada por lo sucedido. Los tres se dirigieron al salón para tomarse una tila y tranquilizarse, en especial Margot, la madre de Deian, que aún seguía pálida como la leche.
-¿Cómo has sabido que era un fantasma?- preguntó Deian-¿tú también has soñado con ella?-.
-¿Soñar con ella?, no por dios. No me digas que habías soñado con esa mujer- dijo  Margot con una expresión de horror dibujada en su rostro. Deian asintió.
Hubo una pausa.
-He visto a esa mujer en fotos. Su nombre es Agatha Blevins, la difunta esposa del Señor Blevins, el mismo me lo dijo el otro día cuando entré  a su casa a ayudarle con unas bolsas. Tenía su foto por todas partes- dijo la mujer horrorizada.
-¿Te contó algo más?- preguntó el padre de Deian acercándose a su mujer para tranquilizarla. Ella negó con la cabeza.
-Solo me dijo que murió repentinamente- respondió ella con gran dificultad.
-¿Murió repentinamente? Acaba de decir que la mataron, además, venía del jardín con una pala, y si…- comenzó a decir Deian, que había estado todo este tiempo intentando conectar las cosas.
-Ni se te ocurra pensar eso, y mucho menos decirlo. No no no, me niego a escucharlo- dijo su madre muy alterada. El muchacho miró a su padre, el cual estaba muy pensativo, sabía que su hijo tenía razón.  Aquella noche nadie pego ojo en aquella casa. Mientras Margot se había quedado dormida en el sofá, Deian y su padre empezaron a excavar por todo el jardín. Estuvieron horas y horas, incluso había amanecido, y ellos seguían allí.
-Deian, rápido, llama a la policía. Aquí hay algo-

Después de todo este suceso la verdad salió a la luz, el cadáver fue retirado de la casa de esta familia, y el señor Blevins encarcelado. Lo más importante fue que el fantasma dejó de colarse en los sueños de sus habitantes.


Como era de esperar, Deian y su familia cambiaron de domicilio, pero eso sí, sin abandonar la ciudad de Cardiff.

FOTOGRAFÍAS

“-¿Qué es?- preguntó Victoria mirando a su abuela con una amplia sonrisa.
-Ábrelo y lo sabrás- contesto la anciana mujer.
-Pero abuela, si no es mi cumpleaños, no deberías haberme comprado nada- dijo la joven mientras desenvolvía cuidadosamente el regalo.
-Sí, lo sé, lo sé, pero lo vi y me acordé de ti. Pensé que te gustaría tenerla. Era mía-. Dijo la anciana sonriendo a su nieta, la cual tenía entre sus manos una antigua cámara de fotos que observaba con fascinación. Victoria se levantó del asiento y enseguida fue a abrazar a su abuela.”

Desde aquel instante, Victoria no se separó del regalo que su abuela le había hecho. Tomó numerosas fotografías durante aquellos meses, y como se trataba de una cámara antigua, aprendió a revelar dichas imágenes en una oscura y pequeña salita de la gran casa en la que vivía. Una noche de invierno, los copos empezaron a caer a gran velocidad sobre la pequeña ciudad en la que vivía Victoria junto con su familia. La luz de las farolas no era muy fuerte, pero si lo suficiente para que la chica tomara unas cuantas fotografías de aquella bonita estampa tan típica del invierno. Salió de su casa con paso firme, bajo sus pies ya se había formado una gruesa capa de nieve. Caminó por las vacías calles y tomó tantas fotos, que enseguida terminó el carrete. Como ya no tenía más posibilidades y el frio se le había metido en el cuerpo, decidió regresar a su casa. Tardó algo más de veinte minutos en llegar, y cuando lo hizo, comprobó como toda su familia se había marchado ya a dormir. Consultó el reloj y no se extrañó de la decisión de sus padres y su abuela, ya que eran las tres y media de la mañana. ¿Cómo podía no haber sido consciente de la hora?
Subió hasta su habitación y dejó la cámara sobre el escritorio, se puso el pijama y se fue a dormir. Dieron las cuatro de la mañana, las cuatro y media, y hasta las cinco, y Victoria seguía sin conciliar el sueño. Se levantó y miró por la ventana. Fuera aún seguía nevando con fuerza, aunque no era de extrañar, casi todos los inviernos sucedía lo mismo.  Se paseó por la habitación intentando conciliar el sueño, pero no hubo suerte. Entonces reparó en la cámara que había dejado sobre el escritorio, la garró y atravesó su habitación hasta abrir una pequeña puerta a la que solo ella tenía acceso. Ahí  revelaba sus fotos. Sin duda, si sus padres la hubieran visto a aquellas horas de la madrugada revelando fotos en lugar de dormir, la habrían echado una buena reprimenda. Se metió en el pequeño cuartito y comenzó revelando los negativos; después fue pasando las fotos por la ampliadora y dejó que se secaran. En aquel momento el sueño se estaba apoderando de ella cada vez más, lo que la llevo a dejar las fotos secando en el pequeño cuarto, mientras ella se tumbaba en la cama para dormir algo.
A la mañana siguiente se levantó bastante tarde.
-Hola cariño, te he traído un chocolate caliente- dijo su abuela mientras entraba lentamente en la habitación de Victoria.
-Gracias abuela- dijo la chica dándole un beso en la mejilla a la anciana mujer.
-No te oí llegar anoche, ¿hiciste muchas fotos?- dijo la viejecita observando a su nieta por encima de las gruesas gafas.
-Llené el carrete entero. No se lo digas a mis padres, pero ya las he revelado. ¿Quieres verlas?, aún no he tenido tiempo de verlas despacio, me quedé dormida…- dijo Victoria después de dar un largo trago del chocolate caliente.
Ambas se levantaron de la cama y cruzaron la habitación hasta el pequeño cuarto donde Victoria tenía las fotografías. Comenzó a recogerlas y juntarlas, pero su rostro cambió de repente. Nerviosa comenzó a mirarlas. Había captado algo que no debía estar allí.
-¿Hay algún problema querida?- preguntó su abuela. La joven levantó la vista y clavó la mirada en su abuela. Había un gran problema. En todas las fotos salía una figura, en unas estaba más definida que en otras. Llevaba un vestido largo, y la melena recogida en una trenza, Victoria no podía creerse lo que veía. Reconocería aquella figura y aquel rostro en cualquier lugar, era su abuela.
-No puede ser- dijo la chica por lo bajo al tiempo que se tapaba la boca.
Victoria no entendía nada.
-¿Por qué crees que no puede ser?- dijo la anciana tomando las fotografías entre sus manos.
-Abuela, sales aquí, y aquí también, y en todas las fotos que hice anoche, ¿Cómo puede ser posible, ni siquiera estabas conmigo?-. La anciana sonrió a su nieta y le dio un beso en la frente.

-Cariño, siempre estoy contigo aunque no me veas-. 

domingo, 8 de octubre de 2017

VIAJE BAJO LA TORMENTA

La estación estaba bastante abarrotada pese a lo tarde que era. El último tren partiría a las doce de la noche, y para ello aún quedaban unos minutos.
Marco observó a todas aquellas personas que subían en los vagones, él caminó para adentrarse en el último, que solía estar más vacío, y al entrar se sentó junto a la ventanilla. Le extraño mucho que a aquellas horas ese tren fuera tan lleno, no era lo habitual, es más, en hora punta siempre solía ir medio vacío. En la estación resonó el gran reloj que marcaba la media noche, y junto con la última campanada el tren se puso en marcha. Salió de la estación y poco a poco fue dejando las luces de la ciudad atrás. Marco estaba cansado, había tenido un día agotador, así que decidió cerrar los ojos y apoyar la cabeza en el cristal, pasó unos minutos así, pero el temblar del cristal le obligó a abrir los ojos y separarse de este. Miró a través de la oscura ventanilla y pudo ver como los rayos iluminaban el cielo y los árboles de la sierra en la que se habían adentrado. En aquel momento algo llamó la atención del chico. El silencio, un silencio estremecedor. Marco miró a su alrededor y vio que estaba solo en el vagón, lo cual le extrañó mucho, en especial, porque el tren no había efectuado ninguna parada.
En aquel momento el tren frenó en seco y la luz se apagó de golpe. Aquello debía de haber sido a causa de la tormenta, pues era muy fuerte y la tenían encima. Mientras los rayos no caían, el tren se encontraba en la más absoluta oscuridad, por lo que el chico no podía ver nada. Se estremeció, cuando a su lado sintió una respiración acelerada; asustado, se giró para mirar quien había a su lado, y con la luz de uno de los rayos pudo ver el rostro de una mujer de ojos claros que le observaba con una mirada inquietante. En aquel momento, y con el resonar del trueno, las luces se encendieron y el tren volvió a ponerse en marcha. A su lado, no había nadie. Ahora era él el que tenía la respiración agitada. Estaba seguro de lo que había visto, y no podía entender como se había desvanecido tan rápidamente, ¿se trataría de un fantasma?
Por la megafonía del tren una voz pidió disculpas y explico que la tormenta estaba dificultando el trayecto, explicando que era posible que esta situación volviera a repetirse. Marco miró en todas direcciones esperando ver a alguien, alguna de las personas que habían subido con él al tren o con la esperanza de encontrar aquel fino y delicado rostro que se había iluminado con la luz de los rayos.  
Pasó el resto del viaje inquieto, con una extraña sensación, y asustado por el profundo silencio que inundaba el lugar. Tras una hora, llegó a su destino. El tren frenó y el chico se bajó en lo que era el final del trayecto, y su parada. Nadie más bajo del tren, sin embargo, sentada en uno de los bancos vio aquel rostro nuevamente. Era una chica, joven y menuda, tenía la mirada perdida y sus claros ojos brillaban bajo la tenue luz de las farolas. Al segundo siguiente aquella imagen desapareció, y ya no había nadie sentado en  aquel banco. Marco notó como alguien le agarraba del brazo. Aquella mano le abraso la piel; el chico se giró y vio nuevamente aquellos ojos claros, que en cuestión de segundos volvieron a desvanecerse. El no creía en historias de fantasmas, asique decidió convencerse de que lo que había visto no era real y habría sido fruto del cansancio acumulado, sin embargo, en la blanca piel del chico una marca roja con forma de mano se había quedado dibujada en su piel…

Sobresaltado se despertó, no se había dado cuenta y se había quedado dormido en el tren. Ya casi había llegado a su destino. Miró a su alrededor y comprobó como el vagón iba lleno de gente, y como la tormenta seguía fuera. Recordó el sueño, le había parecido tan real… enseguida se miró el brazo, pero no tenía ninguna marca. Se desperezó y se levantó del asiento para salir a la estación. El tren se quedó totalmente vacío. Una vez abajo permaneció unos segundos clavado en el suelo, entre la multitud vio a aquella chica de ojos claros que le observaba fríamente. Marco se estremeció.

martes, 29 de agosto de 2017

TRÁEME LA LUNA

Como cada noche desde que era pequeña me tumbé en mi cama, junto a una gran cristalera que dejaba a la vista el brillante cielo lleno de estrellas. Mi primer recuerdo era en aquel mismo lugar, no recuerdo la edad que tendría, sin embargo recuerdo perfectamente haberme pasado toda la noche mirando la plateada luna que iluminaba el cielo. Recuerdo como mi abuela entró en la habitación y me vio allí, observando fascinada la luna. “Mi pequeña” dijo mientras me tomaba en sus brazos. Yo la miré e inmediatamente volví a posar mis ojos sobre la luna. Recuerdo que me tumbó en la cama y me arropó.
Cuando yo era pequeña mi madre solía contarme una historia, que puedo garantizarte que era totalmente real, aunque muchos no se lo crean. Hacía muchos, pero que muchos años vivía una muchacha en una casa con un precioso torreón recubierto de hiedra y flores moradas que subían por él. Sin embargo, lo que más llamaba la atención de aquella casa no era lo preciosa que era, si no la joven que allí dentro vivía; sus padres tenían piel morena, ojos oscuros y el pelo negro, sin embargo, ella tenía el cabello claro, la piel color aceituna y los ojos plateados como la luna. La gente murmuraba sobre ella, porque era diferente, decían que era un ser sobre natural; algunos la tenían miedo, otros admiraban fascinados su belleza. Avergonzados por su aspecto tan diferente, sus padres solo la dejaban pasear por las noches cuando nadie podía verla. Ella se sentía triste y sola, pues no entendía por qué no podía pasear a una hora normal, y no entendía por qué la veían tan diferente. Noche tras noche salía y daba un largo paseo; se mojaba los pies en el agua gélida del río, se aprendía el nombre de las flores y los árboles que la rodeaban, y lo que más le gustaba, iba a ver a las luciérnagas que se escondían bajo las hojas del enorme sauce. Una de esas veces, cuando se hallaba bajo el sauce vio entre las ramas unos enormes ojos que la observaban fascinado. Cuando ella se levantó y fue a hablar con el joven, el muchacho huyó, temeroso de que fuera tan peligrosa como decían en el pueblo. Pasaron unas semanas y no le volvió a ver, hasta que un día le encontró bajo las ramas del sauce observando las luciérnagas y esperando la llegada de la joven. Los meses fueron pasando y todo iba bien, hasta que la madre de la joven descubrió que se había enamorado de un muchacho del pueblo. Ésta, que también pensaba que su hija era una especie de hechicera, o un ser venido de otro mundo (ya que no encontraba otra explicación a que fuera tan diferente a ellos)  obligó a la joven a deshacerse del muchacho, y a no volver a hablar jamás con nadie. Ésta, con una gran tristeza obedeció; le encomendó a su amado una difícil tarea, imposible, le pidió la luna, y le juro que si se la traía, huirían de aquel lugar. Él sabía que era algo muy difícil, pero nunca pensó que fuera imposible. Pasaron años y años, la vida en el pueblo fue cambiando para todos, excepto para la joven, que seguía tan apartada del mundo como lo había estado siempre. Una noche, salió a pasear, y sus pasos la condujeron hasta el viejo sauce. Hacía tantos años que no pisaba aquel lugar, que en un primer momento pensó que lo que había ante ella era un fantasmagórico recuerdo, pero no tardó en darse cuenta de que la persona que se hallaba frente a ella era real, tan real como ella misma. El joven había regresado, después de tantos años; No dijo nada, tan solo se incorporó, y retiró su capa para dejar al descubierto una pequeña figura plateada que irradiaba luz. La chica, incrédula miró al cielo y vio que la luna no estaba por ninguna parte, ¿cómo no se había dado cuenta antes? Tomó la luna de entre las manos del joven y  la dejó en el cielo como quien posa un delicado jarrón sobre una encimera.

Mi madre solía decirme que las noches que la luna no está es porque aquella misteriosa joven alarga el brazo y la coge del cielo para recordarnos a todos que no hay nada imposible, al fin y al cabo, todos conocen ya su historia.

martes, 27 de junio de 2017

EL CASTILLO SIN SOMBRA

María Iruela
Fotografía: María Iruela
Era una alargada torre alzada sobre un campo llano, camuflada en la roca y alejada de todo. Sin embargo, aquella torre tenía una gran peculiaridad y es que nunca tenía sombra. Este hecho, como no podía ser de otra manera, contaba con una leyenda. Un día, hace mucho tiempo, en aquella torre vivía un rey, sin duda, era el más valeroso de todos los tiempos, lo que le había llevado a ganar innumerables batallas. Pero dicho rey tenía un gran defecto: la avaricia. Entre las torres del castillo se acumulaban montañas de monedas de oro, y toda clase de lujos; mientras él guardaba todo esto como si fuera su mayor tesoro, las gentes de su pueblo vivían en la más absoluta miseria. Una mañana, envuelta en viejos harapos y deslumbrada por el brillante sol, una mujer llegó hasta las puertas del castillo, pues había estado caminando tres horas desde el pueblo. Ella estaba gravemente enferma, al igual que la gran mayoría de los aldeanos ya que no tenían dinero para alimentarse. La mujer le rogó   que ayudara a su pueblo, tan solo una pequeñísima parte del oro que tenía podía salvar a toda la población. El rey, muy ofendido trató de expulsar a esta extraña del castillo sin tan siquiera considerar su propuesta. Cuando la mujer se hallaba en la puerta, antes de marcharse le lanzó una maldición.  Para ella, el rey carecía de alma y corazón, pues su avaricia le cegaba por completo, así que ella juró que haría lo mismo con el castillo, arrebataría la sombra de este. Además, condenó al rey a ser eterno y no poder salir nunca del castillo, haciendo que todo el oro que poseía perdiera su valor por completo. Este, se puso tan furioso que acabó enloqueciendo; al principio le suplicó a la bruja que le devolviera a la normalidad, y ella y a cambio recibiría lo que había pedido, pero esta, desconfiada y conociendo las verdaderas intenciones de su majestad, no le ofreció una segunda oportunidad. Pasaron los años, y a ojos de todos, el rey y no existía, pues era un viejo loco atrapado en una torre; poco a poco, los altos muros fueron quedando abandonados, pues todos se habían marchado.

Hoy en día, el castillo continúa sin tener sombra, y aquel avaro rey se encuentra atrapado dentro de este, rodeado de monedas, pero totalmente solo.

lunes, 26 de junio de 2017

EL ÁNGEL QUE CORONA METRÓPOLIS

Fotografía: María Iruela
Fotografía: María Iruela
Un día de 1910, en las calles de Madrid sucedió algo insólito, algo tan extraño que dejo a todos los habitantes desconcertados a la par que maravillados, pero también asustados. Del azulado cielo madrileño descendió una figura perfecta y celestial, se trataba de un ángel. Sus facciones eran delicadas, pero lo que realmente llamaba la atención eran sus enormes y azuladas alas. Algunos exclamaron de admiración, mientras que otros lo hicieron de terror, pues no sabían qué clase de criatura podía ser aquella; pero lo que más les inquietaba era no conocer sus intenciones. ¿Había bajado del cielo? ¿O venía del infierno?  Ella intentó contarles a las gentes que allí se hallaban, que se había escapado del cielo porque conocer el mundo terrenal le parecía algo fascinante, una auténtica aventura. Pero entonces otro ángel más mayor, casi anciano,  bajo de allí. Estaba furioso por que la joven Marely, que así se llamaba, había desobedecido sus órdenes de permanecer en el cielo velando por todos, pues ella era la encargada de proteger la ciudad de Madrid. La chica intentó explicarle que solo quería bajar por curiosidad y que no podía velar por una ciudad que no conocía. Pero el otro ángel no la escuchó y como castigo decidió dejarla allí para toda la eternidad. Sobre una oscura cúpula de adornos dorados, como recién bajada del cielo quedó la joven Marely para siempre, convertida en piedra y contemplando toda la ciudad a sus pies, y es que, como suele decirse, de Madrid al cielo.

domingo, 25 de junio de 2017

EL MONASTERIO

Atravesó el encantador paseo cubierto de árboles que conducía hasta su destino. Era un lugar peculiar, allí se respiraba paz; una paz tan profunda que parecía estar bajo un embrujo. Se adentró en el lugar y admiró la belleza y la perfección con la que se había construido tanto tiempo atrás. Cada piedra que construía aquel lugar tenía una historia, un misterio, un secreto por descubrir.
Fotografía: María Iruela
Era una luminosa noche de verano con una luna llena tan grande como nunca antes se había visto. Se decía que aquella noche el monasterio se llenaba con las almas de todos los que habían perecido entre sus muros; sin embargo, dichas almas eran temidas por los monjes que allí vivían, pues se decía que habían olvidado quienes fueron en vida y su único propósito era atraer a las personas hasta aquel desconocido mundo.
Así pues, la noche del 23 de junio los monjes llenaron el monasterio de velas y rezaron para que las almas de los muertos descansaran y no truncaran la vida de nadie. La noche cayó, y cada uno de ellos se retiró a su habitación para descansar; también pidieron a todos los que allí se alojaban temporalmente que permanecieran ocultos, pues no querían que la vida de nadie saliera perjudicado. Así lo hicieron, todos excepto uno, un joven curioso. Pasaban las horas y el monasterio permanecía tan tranquilo y silencioso como de costumbre, hasta que unos delicados pasos pasaron por el pasillo. Todo el mundo los oyó, pero tan solo uno se atrevió a seguirlos, el muchacho. Abrió la puerta de su pequeñísima habitación y asomó la cabeza. Aquella figura se giró para observarlo, y le contempló con sus grandes ojos, que parecían dos lunas llenas. El vestido que la cubría parecía cosido con una suave tela formada a partir de la luz de la luna, y su cabello negro, que resaltaba sobre el blanco rostro, parecía el mismísimo cielo.
-¿Quién sois?- preguntó el joven casi hechizado ante aquella imagen. La mujer le sonrió.
-Yo también viví aquí. Caí enferma y prometieron curarme, pero no lo lograron- su voz era melodiosa  y transmitía la misma paz que se respiraba en el pequeño monasterio.
-Las almas os llevaron una noche como esta, ¿no es así?- preguntó el joven intrigado. Ella sonrió con tristeza y negó - ¿Pero la leyenda es cierta?- preguntó nuevamente.
-Todas las leyendas tienen su parte de verdad- dijo ella mientras continuaba avanzando por los pasillos.
-Decidme entonces, cuál es la verdadera razón por la que os halláis aquí –
-Si lo supiera os lo diría. Hay ánimas que al cabo del tiempo desaparecen, mientras que otras nuevas van llegando. Yo, por el contrario, permanezco aquí constantemente-dijo ella mientras atravesaba con la mano una de las llamas de las velas sin quemarse. Avanzaron hasta un pequeño jardincito situado en el centro del monasterio, el cual, se hallaba presidido por una pequeña fuente de agua cristalina.
-Todas las noches camino por aquí sin ser vista;
 Vigilando, como la luna vigila
a las brillantes estrellas que iluminan tu vista.

Soy fría como el hielo y transparente como el viento,
junto a la pequeña fuente, cada noche me aparezco-

Tras decir esto, la figura desapareció y el cansancio llegó repentinamente a al joven, el que no podía parar de pensar en aquella ánima, que más que un fantasma, parecía un ángel.

A la mañana siguiente el chico recordaba lo sucedido, pero no sabía si se había tratado de un sueño, o había sido real, pues no recordaba cómo había llegado al dormitorio. Aquella misma noche decidió atravesar los pasillos del monasterio y esperar junto a la fuente para comprobar si todo había sido real, pero sus ojos no captaron ni a nada, ni a nadie; sin embargo, si el muchacho hubiera mirado el reflejo del agua, habría visto aquellas dos lunas plateadas observar la noche estrellada y guardar el monasterio.

viernes, 16 de junio de 2017

LOS PÉTALOS AZULES

Año tras año, absolutamente todos los días, llegaba un pequeño sobre con pétalos de rosa de color azul. Pasaron los años, los siglos, y aquella tradición continuaba. Un día le pregunté a mi abuela a que se debía, ella me miró sorprendida y me contó que aquello era una promesa que un día había hecho un joven a su amada cuando estos se vieron obligados a separarse, pues él fue llamado para luchar.
La joven chica, Gadea, vivía en una pequeña casa en el monte, junto a su viuda madre y sus siete hermanos, tres varones, los más jóvenes y cuatro muchachas de las cuales ella era la segunda más mayor. Desde pequeña le había llamado la atención una casa que había cercana a la suya, pues se trataba de una pequeña vivienda de paredes blancas, pero repletas de unas peculiares rosas de pétalos azules. Un día conoció al joven huérfano que allí vivía junto a sus abuelos maternos, su nombre era Rodrigo. Se enamoró perdidamente de él, y el de ella. Pronto hicieron planes de boda, pero estos se vieron truncados por culpa de la guerra que enfrentaba al rey con su hermano. Rodrigo, al ser un joven plebeyo, fue llamado para luchar en el ejército. Por lo cual, no pudieron casarse antes de que este partiera, pero a cambio, hicieron una promesa; por cada día que estuvieran separados, él le enviaría a Gadea un pétalo de aquellas rosas que tanto le fascinaban, ya que Rodrigo era capaz de hacerlas crecer de la nada como por arte de magia.

Así pues cada día que pasaba, una paloma blanca traía atado un pequeño sobre con los pétalos azules, hasta que un día la paloma no apareció. Gadea se temió lo peor. Al día siguiente, la paloma regresó nuevamente, pero está vez tan solo había un pétalo dentro; se trataba de un pétalo enorme, precioso, pero partido por la mitad. El sobre que traía la paloma contenía todos los días lo mismo. No tardaron en comunicarle a Gadea que Rodrigo hacía semanas que había sido asesinado. Ella lloró su muerte amargamente, sin embargo, alguien seguía enviándole aquel azulado pétalo partido. Pasaron los años y la tradición continuaba, hasta que un día, cuando Gadea alcanzó una edad muy avanzada, murió en aquella misma casa. Tras la muerte de Gadea, una paloma blanca seguía llevando hasta el lugar el sobre con el pétalo, pero ahora ya no estaba partido. Era un pétalo suave, grande, brillante y unido, como ya lo estaban Rodrigo y Gadea.